El nudo

Somos egoístas; enseguida pasamos página de aquellas causas que nos impresionan. Convivir es comprender, respetar, ponerse en el lugar del otro, tomar parte, perdonar en cualquier caso. Convivir no es de ahora, es de siempre.

Recupero en este rincón, siguiendo la campaña de los blogueros amigos A. Cabrera y J. Senovilla, un texto recogido en la hemeroteca del "Diario palentino" que viene a explicar con detalle lo que sigue ocurriendo hoy en el mundo.

Desde que la telefonía sin hilos empezó a triunfar en Madrid, la preocupación máxima de todos los radioescuchas fue la de poder oir las Óperas del Teatro Real. La temporada se esperaba por todos con impaciencia. escuchar desde casa, sin molestia de cruzar la ciudad en noche de frío y sobre todo, gratuítamente, a los grandes cantantes y a la notable orquesta del regio coleseo, constituía en verdad una deleitosa esperanza.

Y en efecto, la Radio Ibérica se puso al habla con el empresario del Real y solicitó el correspondiente permiso para instalar el micrófono en el escenario. El empresario, comprendiendo que tales audiciones podrían restarle público, fijó en 4000 ptas la cantidad a cobrar por cada Ópera radiada. Una bonita cantidad pero no exagerada, teniendo en cuenta los perjuicios que tal concesión puede irrogar y los gastos elevadísimos de la nómina del Teatro Real.

Inmediatamente la Radio Ibérica hizo un llamamiento para que los radioescuchas se suscribieran, con la cantidad que cada uno pudiera. Con una peseta al mes que diese cada aficionado habría suficiente para cubrir la cantidad necesaria, no ya para escuchar una Ópera cada mes, sino todas las que canten. Pero...

Y aquí viene el curioso fenómeno; no por curioso, menos esperado. Apenas se han reunido 2000 ptas. El fracaso era cosa descontada para cualquiera que tenga el más mediano sentido de la psicología de las multitudes. Todos sustentaban la aspiración de oir las Óperas, hacían toda clase de proyectos, se frotaban las manos... pero cuando llega el instante de contribuir con una exígua cantidad se retraen, se encogen de hombros y dicen para su capote: "otro pagará".

Si quedaran en descubierto, si fuera posible saber quienes tienen aparato receptor, ninguno se hubiera retraído a dar pequeña cantidad; pero como queda en secreto, el que más y el que menos deja que paguen los otros. Y así los proyectos se han deshecho y la esperanza de escuchar las funciones del Teatro Real por telefonía sin hilos, queda en sueño desvanecido.

¡Dolorosa lección!... Porque esto, que después de todo nada tiene de importancia, ocurre frecuentemente en otros casos de mayor gravedad y que entraña un gran mal muy humano: el del egoísmo.

Es peciso en todos los actos colectivos de la vida, establecer el sentido de la obligación individual, no echar a los hombros ajenos todo el trabajo y sacrificio, sino compartirlo. Este sería el medio de levantar y llevar a buen término tantas y tantas cosas que fracasan tan solo por la desidia y el egoísmo individual.

Los hombres tenemos el sentido de nuestro deber, en cuanto se refiere al individuo en particular, pero no entramos en esa otra tabla de "deberes voluntarios" de la asociación.

Aportar cada uno un granito. No quede nadie sin contribuir con su esfuerzo a la obra común, al esfuerzo social.

Tal debe ser la teórica ejemplar de las multitudes, cuya práctica es el florecimiento del ideal. Los pueblos sin espíritu colectivo, nunca lograrán elevar el grado de su grandeza nacional. Preciso es el contacto de codo con codo, el nudo que ate en una sola todas las voluntades.

El hombre, en su marcha por camino de la depuración, no conseguirá jamás el triunfo total de la especie, esa jerarquía de superhombre, de que nos habla Nietzche, sin antes sobreponerse al sentido del egoísmo, sin comprender, ante todo, que los deberes para con la colectividad no son sino ventajas para cada individualidad. 

José Castellón
Diario Palentino, 4 febrero de 1925