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Las Fargas

Forjas catalanas jalonaron, por ejemplo, ríos tan importantes como el Missisipi y el Orinoco.


Capítulo VII



En el otro extremo de los Pirineos, en Cataluña, se desarrolló un tipo similar de industria. Sus talleres se conocían como fargas (forjas). La referencia escrita de una de ellas lleva fecha de 1031.

La farga, por lo que al personal se refiere, estaba algo más jerarquizada e incluía un funcionario, el administrador, que encaja muy bien, por cierto, en la peculiaridad regional. El forguer era el técnico; los escolans, que eran dos, atendían al horno; el maller cuidaba la forja, y el picamena, regulaba el agua en la rueda y en las trompas y picaba el mineral. Nótese la analogía con los personajes de la ferrería.

La principal diferencia entre una farga y una ferrería, era que la farga tenía un verdadero horno que se soplaba por encima de la carga, con el aire impulsado por una trompa de agua. El hierro preparado por los fargaires, recibía el nombre de massers y adquirió también merecido renombre. La técnica conocida como forja catalana, se adoptó externamente, y perduró muchos años. Forjas catalanas jalonaron, por ejemplo, ríos tan importantes como el Missisipi y el Orinoco.

En Finlandia se enseña en la actualidad a los turistas, una antigua ferrería conocida como "fagervit", que estuvo en activo hasta principios del pasado siglo. Por si su nombre no fuera bastante a relacionarle con una farga, tratándose de un idioma como el finlandés que no hace concesiones, su equipo de forja, que se conserva, aunque derrumbado, es prácticamente idéntico al de nuestras fargas y ferrerías.

En el siglo XV, trabajaban ya más de 150 fargas en el Pirineo Catalán, a orillas de ríos, el golpe de agua sobre la rueda y del mall sobre el yunque marcaban acaso la cadencia de la canción del maestro Juan que ha llegado hasta nosotros en el canto popular: ¡Visca la farga!¡Visca la farga! ¡El meste Joan!

Los forjadores catalanes de hoy, como los aceristas vascos, están justamente orgullosos de sus maestros del pasado. José María Casanova, por ejemplo, actual propietario de una moderna forja de Campdevanell, cerca de Ripoll, ha conservado el nombre de un antiguo establecimiento, "la Farga Casanova", que dejó de producir hierro en 1878.

El hierro en los Massers, sin embargo, era solo materia prima para los industriales catalanes, que enseguida crearon lo necesario para transformarlo en productos más elaborados, como yunques, rejas de arado, cuchillos, clavos, cañones, pistolas, herramientas. Ripoll, por ejemplo, la pintoresca villa del Pirineo, tenía en el siglo XVIII setenta obradores de cañones, cien de clavetores, cuarenta de cajeros y varios tornalls (obradores para taladrar cañones).

Cañones, pistolas, clavos, herramientas, etc... se exportaban desde Ripoll a diferentes partes del mundo. Parece ser que el Sultán de Turquía, por ejemplo, fue un buen cliente. La villa tiene un delicioso museo local donde uno puede asombrarse, no sin rubor, ante las maravillas que salían de aquellos obradores, que llegaron a competir con los de San Etienne y Milán. Con esta industria, acabó, prácticamente, el incendio de Ripoll de 1839.

También Barcelona tuvo en un tiempo pasado más de 90 herrerías donde se transformaban anualmente unos 120000 quintales de massers en productos acabados. Los venecianos, entre otros, solían adquirir en Barcelona sus ballestas y flechas. Existen documentos de cierto envío hecho en 1360 y constituído por mil cajas de este tipo de suministros.

Pero Ripoll y Barcelona son solo dos ejemplos. El trabajo del hierro en España era ya una industria que se había extendido a todo el territorio, enlazando, a través de la Historia, incluso con la época de la dominación romana: desde la reja del anfiteatro romano de Itálica y las espadas de Almedinilla, a las armas ripollesas y los trabajos de ataujía, por las puertas doradas y cancelas plateadas de Medina Azahara.

La cerrajería en su apoteosis, se mostró a veces con arrogantes desplantes, como la llave de la Catedral de Sevilla, cuyas guardan dibujan en caracteres cúfices, la sentencia del profeta: "El Imperio es sólo de Dios"; como la astuta cerradura en la puerta del Archivo de la Catedral de Burgos, o como la ingeniosa e ingenua, de la Casa-Colegio notarial de la misma ciudad.

Al empezar el siglo XVI este arte viril alcanzó tal excelencia que sus productos pueden considerarse como exponentes de la prosperidad de la sociedad española de aquella época. El forjador se situó entonces en la más alta jeraquía del arte. Los cerrojos, aldabones, asideros, veletas, bisagras, blandones, chafetas, hacheros, brocales, romanas, cófreces, morillos y clavos de aquella época son buenos ejemplos de la habilidad creadora de un pueblo. En las puertas de la Iglesia de Santo Tomás de Avila, así como en las bandas superiores de la Universidad de Salamanca pueden admirarse unos clavos del siglo XVI difíciles de ponderar como su finura merece.

Como reliquia viviente de aquellas gentes aún conservamos un Maestro Calvo, cuyo obrador, como un símbolo, vigilan las airosas filigranas de la catedral de Burgos. En él forja, cincela y modela piezas que el mundo admira.

Desde el siglo XI, los presbiterios, coros y capillas se cerraron con cerrojos de hierro, acaso por razones de seguridad; medida prudente teniendo en cuenta los tesoros que allí se guardaban. Esta circunstancia fue el orígen de una industria especializada, cuyos artesanos llegaron a ser una sorprendente combinación de herrero, escultor y arquitecto, y produjeron las innumerables y maravillosas rejas que hoy se admiran en casi todas las iglesias.

El hierro de las ferrerías y de las fargas -ageia y massers- llegaba a Castilla donde herreros como Francisco de Villalpando o el maestro Bartolomé, proyectaban y forjaban, hacia los años 1548 y 1530 respectivamente, la fantástica reja que cierra la capilla mayor de la Catedral de Toledo -que de haberse forjado de líquida plata no hubiera sido de mayor autoridad- y la increíble filigrana de la Reja de la Capilla Real de Granada.

Francisco de Villalpando, vecino de Valladolid, al preguntarle si era o no conveniente hacer la reja de metal o de hierro, dio las razones metalúrgicas de su momento: "que sería más estimado de hierro el trabajo, pues de metal habían de ser variados los adornos, a la vez que es material quebradizo y no se puede componer con la facilidad que el hierro". Cuentan que este artista gastó en su trabajo todo el dinero que obtuvo, sin sacar beneficio alguno, por lo que el Cabildo concedió a su viuda el privilegio de vender rosarios a la entrada de la Catedral.

Los propios religiosos compitieron en este arte. Así, por ejemplo, el dominico Fray Francisco de Salamanca forjó, entre otras, las rejas del coro de la Catedral de Sevilla, y sus púlpitos; y Fray Juan de Ávila, lego de la Orden de San Gerónimo, trabajó con él en la reja divisoria del crucero del Monasterio de Guadalupe. Heredero de esta tradición debe ser el lego de Esplugas de Francolí que en la actualidad forja candelabros y crucifijos como parte de los trabajos de reconstrucción del Monasterio de Poblet.

Es sorpredente que el hierro trabajado, de aquella época, revela ya características propias de los tipos de cada región: el hierro catalán esta martillado con tal primor que hace innecesaria la lima, y presenta el bello aspecto de una superficie batida. La vigorosa inspiración artística del rejero castellano llena sus obras de originalidad y buen gusto, pero deja el golpe marcado con fuerza.




Felipe Calvo, humanista palentino.
Ensayos y escritos en "Curiosón".


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