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Las ferrerías


Capítulo VI

Las ferrerías


La producción media de una ferrería era de unas 50 toneladas al año. En el siglo XV existían entre Vizcaya y Guipúzcoa, no menos de 300 ferrerías, la calidad de cuyo hierro fue reconocida en todo el continente.

No puede ser más legítimo el orgullo que sienten los aceristas de hoy en aquellas provincias, de su tradición metalúrgica. Uno de ellos, Don Patricio Echevarría Elorza, fundador de la Sociedad que lleva su nombre en Legazpia (Guipuzcoa), ha reconstruído la ferrería de Mirandaola, en el delicioso paraje de su primitivo emplazamiento, con la perfección que seguramente hubiera deseado para sus antecesores.

Es de notar que el material más profundamente empleado en los mecanismos fue la madera. De madera, reforzada con abrazaderas, era el brazo del pilón, los árboles, las ruedas, todo menos la cabeza del martillo, el yunque y las levas. La frecuencia del golpe y el soplado de la fragua se ajustaban desde el obrador por medio de unas palancas que graduaban el paso del agua. Para la reducción de la mena se empleaba carbón vegetal. Dos grandes fuelles acoplados trabajaban alternativamente, suministrando un soplo contínuo de aire fresco.

Como la reducción tenía lugar a bajas temperaturas, se obtenía un producto pastoso, la agoia, mezcla de hierro reducido y escoria. Por medio de la forja se eliminaba, en su mayor parte, la escoria, a la vez que se daba a la agoia una forma comercial.

En cada ferrería acostumbraban a trabajar cinco hombres, en dos equipos, con un ayudante en común. El urzaille se ocupaba de la fragua, y el iele del martillo. El peaille, o ayudante, transportaba el carbón y el mineral, y accionaba la válvula de acuerdo con las instrucciones que se le daban. Los cinco hombres intervenían en la operación de trasladar la agoia de la fragua al yunque para la operación de forja. Al terminar esta operación eran relevados el urzaille y el iele, pero no el peaille, que seguía en el tajo, descansando tan sólo cuando el trabajo se lo permitía.

Tanto como los trabajos sobresaltados del peaille agradecerían, a buen seguro, los ferrones relevados fuera de aquel infierno, la brisa marinera en sus caras curtidas al resplandor de la fragua. La calidad alabada de su hierro era su mejor orgullo por el arte heredado, que transmitirían a los suyos, acaso mejorado. Mientras trajera agua bastante el canalillo del monte, los cinco ferrones permanecerían en la ferrería soplando la fragua, forjando la agoia, contando lunas... acaso sin tiempo para rezar hasta que un día 3 de Mayo de 1580, festividad de la Santa Cruz, quiso Dios recordarles que también Él estaba en la fragua: después de agotadora jornada, por toda carga sólo obtuvieron el trozo de agoia de doce libras, en forma de cruz, que hoy se venera en la Capilla de Mirandaola.

Arriba, en las montañas, había otro tipo de ferrerías, las llamadas ferrerías menores. Sus fraguas se soplaban canalizando el viento por grandes tubos cuidadosamente orientados. La agoia obtenida en estas ferrerías, después de golpeada con mazas de madera en una especie de tratamiento preliminar para separar la mayor parte de la escoria, se llevaban a las ferrerías mayores.





Felipe Calvo, humanista palentino.
Ensayos y escritos en "Curiosón".


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