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La decadencia


Capítulo XI


En el siglo XVII se inicia lo que todos sabemos: nuestro ocaso, que afecta lo mismo a las técnicas, que al estilo y al gusto. Los gremios, por ejemplo, limitan los ejercicios de forja para las pasantías a la ejecución del objeto, sin tratar de apreciar la originalidad artística. Se pervirtió el gusto -según Orduña- hasta el extremo de pintar de color azul las rejas y balcones de Madrid.

El Doctor Carracido describió con evidente indignada pasión los síntomas de este proceso:

"Iniciada la decadencia en España, el genio de la invención ya no encontrada, como antes, poderosos y excepcionales recursos para enriquecer, por obra de su industria, las explotaciones en que se sucedían unas a otras las proposiciones de reforma, la codicia con que se disputaban los privilegios de invención y las órdenes prohibitivas dictadas en favor de particulares intereses, anteponiéndonos al común provecho, todo patentiza que la fábrica, antes robusta, empezaba a desmoronarse y en la proximidad del peligro surge el egoismo, el ocio suplanta al trabajo, la superchería a la ciencia, y solo se piensa en salir ileso de la catástrofe que amaga, sin reparar en las artes con que ha de lograrse".

Como un símbolo de esta decadencia, al borde del éxito de Alonso Barba, D.Juan del Corro Segarra anuncia en 1676 su invento del nuevo beneficio de los minerales empleando la pella de plata (amalgama) en lugar del mercurio, con lo cual solo se obtenía, naturalmente, la plata que había puesto. El invento se anunció, sin embargo, con la ampulosidad y extravagancias que el momento de decadencia merecía, celebrándose en Lima con una mezcla irreverente de procesiones y toros.

Acaso por inercia todavía seguía alguna actividad metalúrgica a principios del siglo XVIII. La industria del mercurio estaba aún viva en 1717, y la amargura de la decadencia se vio aliviada, de tiempo en tiempo, por el esfuerzo individual de unos pocos hombres.

Don Antonio de Ulloa, matemático de profesión encontró platina en las arenas del Río Pinto en 1736, en Nueva Granada (Colombia). Watson, en 1750, identificó en ella un nuevo metal y sobre él aparecía un artículo en las Philosophical Transactions el mismo año.

La platina no sólo pasó muchos años sin valor reconocido, sino que, siguiendo lo que muchos años antes hicieron aureanos del Sil con el oro blanco, era arrojada en ríos profundos para evitar falsificaciones en el oro auténtico. Parece ser que incluso la primera partida que llegó a España se tiró al mar por el mismo temor.

La dureza y fragilidad del platino, el principal problema para su aplicación práctica, fue planteado y resuelto en el Seminario de Vergara. En 1780 el Rey Carlos III obsequiaba al Papa Pío VI con un caliz, que era el primer objeto ambicioso hecho de platino maleable.

La industria del platino en España ha merecido también un capítulo en otro precioso libro inglés de Donald Mc Donald, "A History of Platinum", escrito con plausible objetividad.

Al producirse las guerras napoleónicas la Era del Platino en España estaba ya acabándose. El Seminario de Vergara fue saqueado e incendiado en 1794; en la definitiva invasión de 1808 fue destruído el Laboratorio de Proust en Madrid y él huyó a Francia. También lo fue el laboratorio y taller para la obtención y trabajo del platino que Carlos IV, en 1802, había establecido en Madrid con la intención de fabricar instrumentos científicos.

Carlos III con la idea de desarrollar los estudios químicos y metalúrgicos, había traído a España a D.Luis Proust, en 1785, cuando el insigne químico sólo tenía 30 años. Pero era ya demasiado tarde.

Se le contrató espléndidamente con la obligación de dar tres clases a la semana en cursos de cuatro meses. Proust estuvo en España veintidós años. En el prólogo del Tomo I de los Anales del Real Laboratorio de Química de Segovia, dice, entre otras cosas, lo siguiente:

(Hace hoy (día 1º de Junio de 1791), seis años y medio que entré a servir a S.M.C.; cinco y medio que vine a España, tres que estoy en Segovia y dos que tomé posesión de mi Laboratorio. Con que son de estos últimos años -meses más o menos- de cuyo tiempo tengo que dar cuenta; el primero de ellos se ha consumido en aguardar por mis cristales el resultado de los varios esfuerzos de gentes que se han empeñado en cerrar frascos con cristal, luchando impéritos contra un arte cuyos principios ignoraban". Sin embargo, según el Profesor Jimeno, Proust pudo vencer en su polémica con Bertholet y establecer su ley de las proporciones definidas gracias a que en España se le construyeran en el platino maleable que acababan de preparar.

Dejando a un lado ahora la irritación por sus insolencias, parece que hay que reconocer que en la falta de preparación para las tareas experimentales, y en la fielmente transmitida hasta nuestros días esterilidad burocrática, debieron malograrse las iniciativas de este eminente investigador que actuó más para satisfacer su personal inquietud científica, que para instruir a la sociedad que le pagó y atendió con esplendidez.

Ni un aumento sustancial en su sueldo, ni los cuatro millones de reales invertidos en un edificio para Laboratorio, ni las arrobas de Platino acumuladas por Proust, y no inventariadas, -todo lo cual representa el generoso esfuerzo del Rey Carlos en todas las órdenes- fueron bastante a detener lo inapelable. Probablemente, en este intento de reforma social no se tuvo en cuenta el momento histórico de la sociedad y, sin prepararla paciente y profundamente, se fió todo al poder director de la burocracia oficial, y se fracasó.

No fue sólo curiosa coincidencia que al mismo tiempo que fracasaba la experiencia con Proust (que suponía el trasplante docente a un medio indiferente, cuando no hostil), fracasaba también, en 1796, el intento de encender los dos primeros hornos altos con calos metalúrgico en la Fábrica Militar de Trubia, aplazándose -¡por noventa años!- el nuevo intento (1884). 

Sin embargo, el individuo de raza tenía aún vivo su genio; como lo tiene ahora. Entonces fue, por ejemplo, el artesano Anronio Gutiérrez que vivía por el año 1800 y del que se cuenta una anécdota que debiera incomodar nuestra descansada actitud pasiva, frente a un futuro que se ha plasmado con la necesaria ambición, para que nosotros lo realicemos. La anécdota es esta: 

La Reina Amalia, esposa de Fernando VII -muy aficionada a bordar, por lo visto-, enseñó en una ocasión al Maestro Gutiérrez una aguja fabricada en Inglaterra, lamentándose de no poder obtenerlas tan finas en España. Gutiérrez rogó a la Reina que se la prestase para examinarla. Al cabo de algunos días se la devolvió, a la vez que la entregaba una hecha por él. Cuando la Reina, asombrada, le felicitaba por la finura de su aguja, Gutiérrez le replicó: "Majestad, lo que V.M. tiene en sus manos es el alfiletero; la aguja está dentro". 





Felipe Calvo, humanista palentino.
Ensayos y escritos en "Curiosón".


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