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Los ojos del románico

A nadie escapa que el Románico no sólo es un arte sagrado, sino que – también, y fundamentalmente- constituye todo un sistema estructural que trasluce y materializa una forma, un concreto modo, de entender el mundo. Es, pues, una manera de concebir la sociedad, la política, la economía, la religión.... En él se refleja, no sólo el pensamiento político, sino también, el pensamiento moral que dan sentido a su época.



A través del arte románico, se ofrece y se obtiene una imagen didáctica en la que se refleja el orden social, moral y político institucional, ya sea mediante su representación directa, bien mediante una imagen disuasoria o represiva centrada en la relación entre el pecado y el delito.

Por ello, porque las imágenes no son sino representaciones de la historia y de los hombres que las han hecho; porque son las imágenes las que han construido la historia y a las que, en todos los casos, se ha recurrido, incluso, para cambiarla y, porque el arte románico es un arte esencialmente simbólico, es por  lo que es tan importante acceder a un conocimiento profundo de las formas, del “lenguaje”, a través del cual se expresa, manifiesta, exterioriza y reve-la.

Hay que entender que nuestra percepción de la imagen románica es distinta, psicológica y culturalmente, de la que realizaba el hombre del medievo. El realismo de las imágenes del románico, permite vislumbrar los miedos que las personas de aquella época sufrían a la vista de los castigos que, según su fe cristiana, les esperaban por haber llevado una vida pecaminosa en la Tierra, a la vez que, tras las mismas imágenes de esos castigos, se esconden las esperanzas de pertenecer a un reducido grupo de elegidos.

 Pero la imagen que se hacían los hombres medievales de los objetos que los rodeaban, de los animales, de los bosques, de las montañas e incluso de los acontecimientos naturales, estaba impregnada de una gran variedad de interpretaciones. Nada se limitaba única y exclusivamente a la existencia física. El mundo figurativo del románico, lleno de simbolismo, apunta siempre, tanto a lo bueno como a lo malo. Todo está estrechamente unido mediante un entrelazado de semejanzas y pertenencias y, debajo de la apariencia, dormita lo demás.

El hombre medieval continuamente crea relaciones que unen la apariencia externa al mundo sobrenatural y a una verdad suprema. Sin embargo, estas relaciones no son siempre inequívocas o totalmente válidas sino que la consideración de sus significados simbólicos se producen elevando determinadas propiedades que se relacionan entre sí.

Esta sería una primera manera de “ver” el románico. La que, desprovista de base metodológica, se aproxima con una planteamiento meramente descriptivo y formal. Es aquella en la que no hace falta explicar cómo se produce; la que considera la imagen y a su contexto como ingenua, transparente y gratuita: un mero ejemplo ilustrador de ciertas manifestaciones sociales, políticas, morales e ideológicas de su época.

Para estos “ojos” la operación de contemplar el arte románico es la que podríamos denominar “descriptiva”, ingenua, espontánea, de índole sensorial y espiritual. En ella, el placer, la satisfactoria coherencia que proporciona al observador, se halla, no en la interrelación de la dialéctica entre lo visto y por quien lo ve, sino en su mera percepción a la respuesta de un sentimiento sosegado. Su planteamiento es nulamente inquisitivo, cómodo, incluso perezoso, dejándose invadir por la magia de la imagen  y aceptando que está como y donde debe estar.


Una segunda forma de “ver” el Románico es aquella que contempla sus claves simbólicas desde el punto de vista metafísico. La operación con que se mira es realizada por unos “ojos intelectualizados” que desplazan la carga de la respuesta al estudio del símbolo y al de la relación analógica entre la idea y la imagen que la representa.

Como quiera que el símbolo no expresa ni explica, y por su propio y esencial carácter polisémico posibilita una interpretación en diversos órdenes o planos de la realidad, precisa de una actividad intelectiva que implica meditar para intuir, para comprender espiritualmente, el orden de realidad a la que alude o sugiere. De ahí que, en este grado de visión o lectura, cada persona penetre en la intimidad del símbolo según sus aptitudes (cualificación intelectual).

En estos ojos, prima la ley de correspondencia o analogía, pues ella es el principio básico y fundamental del simbolismo; el grave error reduccionista que les lleva a sistematizar los símbolos y querer buscar claves interpretativas a los que, en portadas, capiteles y canecillos, ofrece el arte románico, intentando hacer pasar por un esquema preconcebido la totalidad de su significado simbólico, son sus cataratas.


Pero existe una tercera manera de ver el románico. Es aquella que se realiza con “ojos críticos”. La que considera que el contenido del elemento románico está por hacer y su visión o contemplación debe reestructurarlo mediante la dialéctica entre el observador y lo observado. Que considera la imagen románica como una combinatoria de signos que el observador debe descodificar para recodificarla y situarla en un nuevo nivel de significación. La que superando el mero texto del objeto contemplado, (adecuación al marco, anomalías de forma  o de actitud, escaso interés a la anatomía y belleza corporal, planos o niveles simbólicos, simetría externa, antítesis, sucesividad o “paratasis”, repetición, etc),  lo relaciona con el contexto (nivel referencial ideológico, moral e histórico), porque comprende que su mirada ha de ser, a la vez, sincrónica y diacrónica, ya que sólo así podrá contemplarlo en su descripción formal, para volver sobre sus pasos y poder conocer, en sincronía, la totalidad de su estructura que es lo que, realmente, lo hace significante. El ojo crítico es el que percibe que sólo el sentido dialéctico constituye la auténtica realidad de la imagen objeto de su mirada, su valor de recreación, de creación de significantes y significados nuevos partiendo de los ya existentes, porque en ella se dan cita ideas, temas y aún formas de todos los tiempos mediante la manera en que estén estructurados y dispuestos sus diferentes elementos morfológicos. Atiende, no a los referentes primarios, sino al modo de representación, al nivel referencial o ideológico. Lucha contra la sacralización de la magia del símbolo e implica una penetración crítica en su contenido básico asumiendo una relación dialógica con el autor de la obra.

Sólo si así lo hacemos, si así lo contemplamos, con nuestros ojos reescribiremos la realidad transformándola a través de nuestra práctica consciente.


Sección para "Curiosón" del grupo "Salud y Románico".


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