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La lectura da alas a la imaginación



Allí estaba ella, leyendo. En el centro del basurero más peligroso del mundo. Una mujer joven de piel morena que me atrajo como  un imán. Sentada sobre bolsas y sacos de basura que había recogido a lo largo de todo el día, se la veía feliz con aquel libro en las manos. Parecía  acariciar las hojas que mostraban las cicatrices del tiempo pasado bajo tierra. Lo había liberado del más ingrato de los destinos y en compensación él la envolvía con el hechizo de sus letras.

Me quedé más o menos a un metro de distancia intentando no estropear el mágico momento. Toda ella me transmitía autenticidad y no podría ni imaginar lo paradójico que a mí me resultaba su situación. Parecía sentirse una mujer más que, tras una jornada durísima de trabajo, se permitía un momento de ocio disfrutando del placer de la lectura. La dignidad y serenidad que transmitía contrastaba con el mundo carroñero del vertedero que la rodeaba. De todo era capaz de evadirse cuando podía permitirse un rato de descanso bajo la lluvia gris para poder leer.  “¡Qué fuerza tiene el hábito lector que da esos apoyos en los que agarrarse!”, me dije.

Tal vez fue mi tos producida por el aire tóxico que me quemaba la garganta e irritaba los ojos lo que hizo que levantara la vista. Su serena mirada se cruzó con mis ojos anhelantes. No se sonrió ni frunció el ceño al verme cargado con mi equipo fotográfico en un lugar como aquel.

̶ ¿Qué tal el trabajo?
̶ Trabajo es trabajo  ̶ me contestó con un tono de voz suave.
̶ ¿Y el libro?
̶ Me da algo que hacer durante el día además de recoger basura  ̶ añadió con gran entusiasmo.

Y siguió buceando en las páginas de aquel libro salvado de uno de los incendios permanentes de la zona como si estuviera en una biblioteca, o mejor aún, en un banco de un parque rodeado de árboles. Y mientras leía, seguía soñando en parques verdes y su imaginación volaba por otras vidas que  le pintaban una sonrisa. Y yo cavilaba sobre las paradojas del destino. ¿Cómo era posible que ese monte que con su silueta negra desafiaba al cielo no podía con la semilla lectora que alguien un día sembró en ella? El imparable mundo de la imaginación lograba, gracias a la lectura, que al volver cada día a su trabajo no se sintiera náufrago sino navegante.

Como si el haber cruzado unas palabras con ella me hubiera autorizado a acercarme, me senté  a un lado en uno de los sacos. Inmóvil permaneció leyendo hasta que la oscuridad se impuso. Y se impuso el silencio de una ciudad cuando calla y se impuso el silencio entre un hombre y una mujer. ¿Para qué cosas profundas sirven las palabras? Hay silencios de amor y odio, y hay silencios de paz interior sobre los que se pone toda la esperanza.

Me había presentado allí a la búsqueda de la imagen terrible y desgarradora que impactase como reclamo y denuncia de ese vientre putrefacto de Dandora, y ella me regalaba un momento tranquilo de reflexión personal, una imagen tan llena de esperanza que me hizo replantear muchos prejuicios personales imbuidos por mi cultura occidental.

Como fotógrafo que sabe cuándo apretar el disparador, sentí el impulso que me arrastra por el mundo para conseguir la mejor foto de todas, abrí la cámara y disparé… hacia mi interior. La mejor fotografía de las que traje fue la de mí mismo.

©Imagen tomada por Micah Albert en Kenia
©María Pilar




De la sección de la autora en "Curiosón": "Retazos de vida"

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