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La santa Compaña



La inesperada visita de sus padres dejó atónita a Deseada. Si se movía la seguían, si se paraba se paraban. Quiso hablar con ellos y se marcharon sin dirigirle la palabra. Se dejó caer en un sillón y cubriéndose el rostro con las manos lloró con desconsuelo.

Los vecinos comentaban asombrados: “Sus padres la tuvieron pasados los cuarenta. ¡Fue tan deseada! Solo recordar la fiesta que hicieron cuando nació, si tiraron la casa por la ventana. Y ahora... le niegan la palabra ¿Quién puede entenderlo?”

La noche de los difuntos, al escuchar las doce campanadas, las amigas se deslizaron de sus camas y descalzas se encontraron camino del cementerio. Con las velas encendidas, avanzaron en procesión impregnando el aire de cera y misterio. Al frente iba Deseada con su preciado violín en las manos. Entre parpadeos de velas que atemorizaban y sombras terroríficas que estremecían, iban recitando las
“Coplas de Manrique a la muerte de su padre”. Los gatos huían despavoridos y el viento expandía el resonar de las palabras. Deseada interpretó la “Danse Macabre de Saint-Saëns” con tanta pasión que sintió liberar su alma. Cayeron los camisones y bajo el influjo de la luna creciente todas bailaron fascinadas la danza de la muerte. Chocaban entre sí con gestos lujuriosos, se cogían las manos, se deseaban...

El canto del gallo rompió el hechizo y rápidamente se cubrieron.

—Los efectos de este ritual aplacarán los ánimos de tus padres en sus tumbas — dijo muy seria Andrea —Y de esto, ni una palabra a nadie.

Aitor, el pastor, llegó a casa muy avanzado el día. El terrible miedo que lo atenazaba le hacía mirar desconfiado:
“Anoche la Santa Compaña salió a mi encuentro por el camino del cementerio. El aspecto de la comitiva era aterrador, iba comanda por un espectro que portaba en sus manos huesos de muerto. Me produjo tanto temor y espanto que eché a correr y me refugié en el monte que conozco como la palma de mi mano. Esta noche he logrado esquivarla, pero yo sé que me está esperando. Siento el aliento de la muerte en mi nuca.”

Nunca volvió a ser el mismo después de aquel espanto. Un día lo encontraron flotando en el canal cercano.

 
De la sección de la autora "Retazos de vida" 

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