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Leyendas, lamias y pastores

La laguna de Lamioxin se encuentra en Álava, en las Estribaciones del Gorbea. El porqué del nombre de esta laguna está muy claro: cuenta la leyenda que aquí habitan las lamias, seres femeninos de extraordinaria belleza y pies de pato. Lo que más les gusta es peinarse su larga melena con un peine de oro a la orilla de los manantiales, ríos o lagos en los que habitan. Con su canto han seducido a algunos hombres y se los han llevado sin que se haya sabido más de ellos. Una lamia convirtió a un zagal de nombre Urjauzi en la cascada de Gujuli porque en un descuido le había robado su espejo mágico. ¿Fue como yo os lo cuento?



Urjauzi y Otsoa eran pastores de la zona del Gorbea y grandes amigos desde la infancia. Un día Urjauzi andaba con su rebaño por las campas de Gujuli cuando oyó un dulcísimo canto, una maravillosa melodía que lo hipnotizaba. Se sintió tan atraído que se olvidó del ganado. Se fue adentrando por un tupido bosque de robles, hayas y tejos. Rezumaban humedad las hojas caídas y las ramas enmarañadas que pisaba. Era lo que rompía el silencio junto con otros sonidos imperceptibles que hacían pensar en que los ojos del bosque lo seguían. Los troncos de los robles centenarios tenían rasgos de monstruos como en los cuentos,  el olor a tierra húmeda lo inundaba todo y  el bosque lo envolvía con su magia y su misterio, pero Urjauzi no era consciente de ello.

Al acabar una pronunciada bajada, separó unas ramas y pudo contemplar la quietud de las aguas de la laguna de Lamioxin de la que procedía el canto que lo encandilaba. Sentada en un tronco cubierto de musgo, con los pies en el agua, una bellísima joven se peinaba su larga melena rubia con un peine de oro mirándose en un espejo. Urjauzi no podía separar los ojos de ella. Ella levantó la vista y al descubrirlo, se zambulló. Él se fue acercando muy despacio hasta la orilla. Quería verla otra vez. El espejo del agua le ocultaba sus profundidades devolviéndole solo las tonalidades otoñales del bosque.
Esperó.
Por fin, salió cantando con tanto divertimento que el joven no pudo menos que sonreír y acabaron riendo los dos. Desde entonces siempre lo esperaba, se hicieron amigos y ella le regaló un anillo.
Urjauzi ya no era el mismo, se había enamorado y vivía feliz. “Me voy a casar con la joven que vive en el bosque, la más maravillosa de este lugar”.
Otsoa cavilaba.
Un día se acercó a la laguna sigilosamente y le sobrecogió lo que  vio entre las ramas. Al sumergirse la joven en la laguna, sus pies quedaron al aire un instante y  eran garras palmeadas. ¡Era una Lamia! Urjauzi no podía creerlo, quería verlo con sus propios ojos. Cuando se lo dijo a ella,  se encontró con una dura y fría mirada que lo taladraba. Furioso se arrancó el anillo y lo tiró al agua. Quedó tan desconsolado que enfermó durante algún tiempo. Tiempo en que perdió a los dos.

El crudo invierno trajo ataques de los lobos a los rebaños. Urjauzi en solitario les plantó cara, pero… lágrimas de impotencia resbalaban por sus mejillas al ver a sus mastines agonizando desgarrados. Levantó la vista lanzando un grito desesperado. Entre el ramaje cubierto de nieve unos ojos lo estaban mirando. ¡Eran los ojos de Otsoa! Corrió hacia allí llamándolo. Solo vio un lobo atrasado que trotaba hacia la manada que ya alcanzaba la sierra del Gorbea.

El destino de su amigo le movió a buscar una solución. Abrió los cerrojos del baúl de sus dolorosos recuerdos y le vino a la mente el espejo mágico de ella. Concedía todo lo que se le pedía mirándolo de frente.  Se lo robaría y podría hacer que su amigo volviera a ser el de antes.

Muchos días se acercó a la laguna hasta que la suerte lo acompañó. Allí estaba la coqueta lamia. Quedó embelesado mirándola y casi se olvida de su cometido. Fue el descuido de ella al sumergirse para no ser vista, lo que le hizo reaccionar. Se acercó, cogió el espejo y se alejó rápidamente del lugar.

Sentado bajo un haya al lado del río Oiardo, con el espejo en las manos, no sabía cómo utilizarlo. Por más que lo miraba y le contaba lo de su amigo, no obtenía ningún resultado. Allí lo descubrió la lamia que buscaba su espejo mágico.

— ¿Cómo te llamas? —le habló desde la distancia.

El chico miró al espejo pensando que era el que hablaba. “Urjauzi”, le contestó. Y en ese instante se convirtió en la imponente cascada que domina el pueblo.

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Urjauzi = cascada
Otsoa = lobo





De la sección de la autora en Curiosón: "Retazos de vida". 



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