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Vivir en las nubes

Rudy Spillman

Libro Abierto




En primicia para nuestro blog, desde Israel

El 4 de mayo de 1989 llegamos con mi mujer y mis cuatro hijas (la menor de ellas tenía algo más de tres meses de edad) a Israel. No le recomendaría a nadie que se muda, no de apartamento o casa sino de país, llegar a su nuevo hogar, de noche. Todo se ve más oscuro. Hasta puede resultar tétrico. En tres días más yo cumplía cuarenta años. La fecha pasó sin pena ni gloria. Ni yo mismo la recordaba. Había cosas mucho más importantes que distraían nuestra atención.

Desde Buenos Aires, capital de mi querida Argentina y donde todos habíamos nacido debimos volar alrededor de veinte horas. La fisonomía de la ciudad a la que arribamos en Israel no tenía ni de lejos similitud con nuestra ciudad natal. Largos caminos, montañas, planicies. Se veía todo oscuro, pero se veía. Viajábamos en una minivan con más gente que por supuesto no conocíamos. La pequeña ciudad de Nazareth Illit nos esperaba.

Al llegar al Centro de Absorción (Mercaz Klitá) de la ciudad anfitriona que nos hospedaría durante los próximos tres años la primera sensación de la que fuimos presa mi mujer y yo, fue que habíamos llegado a un sitio abandonado. Cabe notar que llegábamos de otro en el que nos habíamos codeado permanentemente con más de diez millones de almas todos los días, la mayor parte de ellas desconocidas pero que habían sabido alimentar nuestra visual y nuestros oídos durante varias décadas. El nuevo lugar nos ofrecía edificios de aspecto relativamente antiguo, bajos, apenas tres o cuatro pisos por escaleras. Entre los mismos se veía vegetación, sólo vegetación. Nos parecían construidos con cartón. Nuestras hijas se divertían, estaban contentas, todo era una aventura para ellas. La misión, de momento, era intentar guardar bien dentro nuestras emociones y que las niñas no notaran la creciente angustia que se almacenaba en el corazón de sus padres. Lo logramos.

Antes de ingresar al Centro de Absorción y mientras bajábamos del vehículo intentando cargar con los bolsos y valijas que traíamos (el verdadero equipaje viajaba por barco a través de la Empresa ZIM) vimos varios montones de bultos blancos multiformes desplazándose por el cielo. Pasaban muy cerca de nosotros, casi a la altura de nuestros cuerpos. Era lo más parecido a vapor condensado que había visto pero nunca de aquella manera. Creo que no tuvimos tiempo de sentir algo al respecto puesto que el conductor de la van, quizás al ver mi rostro de asombro se apuró a decir en inglés (mi hebreo era tan precario por aquel entonces, como inexistente): "Clouds". Lo que estábamos viendo eran nubes. Nos encontrábamos a más de quinientos metros sobre el nivel del mar.

Recibimos una especie de apartamento pequeño. De inmediato se acercaron vecinos de la colectividad latinoamericana que residían allí desde tiempo atrás y empezaron a llenarnos la heladera de alimentos. Recuerdo entre ellos a una familia argentina, de Córdoba. Sobre la hospitalidad en aquel momento y también después no teníamos queja alguna que hacer. Estábamos todos cansados. Ordenamos un poco nuestras cosas, dimos las "buenas noches" a nuestras hijas en su habitación y nos encerramos en la que era la nuestra. Mi mujer y yo nos abrazamos estando ya en la cama y nos pusimos a llorar. Intentábamos hacerlo en silencio para que las chicas no nos escucharan. En ese momento pensamos que quizás habíamos cometido el mayor error de nuestras vidas. Pero sólo luego descubrimos que no fue así. Era muy pasada... la medianoche.

A la mañana siguiente, al despertar, lo primero que hicimos fue mirar a través de la ventana. No lo podíamos creer, el lugar se veía por completo distinto. No sabíamos en aquel momento si en realidad tal cambio era real o producto de nuestra imaginación haciendo un esfuerzo más por adaptarnos. Quizás nuestro nuevo lugar de residencia no era ni tétrico ni paradisíaco. Simplemente era distinto a lo que estábamos acostumbrados. Pero que más daba. Ya estábamos allí y dispuestos a emprender una nueva vida repleta de éxitos. De pronto nos sentimos contentos, muy contentos. Y esta nueva sensación sí quisimos transmitírsela a nuestras hijas. De lo que habíamos experimentado a nuestra llegada, le echamos toda la culpa a la noche.

Ustedes se preguntarán: "¿Y qué tiene de "curioso" el relato?"

Pues bien, la anécdota estriba en que lo que una vez empezó pareciendo la decisión más descabellada y el fracaso más rotundo de la familia, se convirtió al poco tiempo, al entender de mi mujer y mío propio, en la concreción del proyecto más exitoso de nuestras vidas.

Hoy, veintiún años después de aquella lúgubre primera noche, rodeados de misteriosos nubarrones, entiendo que he cometido muchos errores en mi vida. Pero si de algo puedo sentirme orgulloso, esto es de nuestra inmigración (aliá) a Israel.

Nuestras hijas nos lo agradecen cada vez que se presenta la oportunidad, y amén de lo subjetiva que mi forma de pensar pueda resultar, definitivamente eso, es lo más importante.



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2 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

Rudy, agradezco y valoro enormemente tus letras para este rincón, no sólo por lo que te abrió las puertas de una tierra distinta, sino por lo que tratas de transmitirnos de ella, frente a nuestro desconocimiento e incomprensión.
Es difícil, pero te sigo y te admiro por tu trabajo.
Siempre con mis mejores deseos, desde España, un abrazo enorme.

rudy spillman dijo...

Froilán, querido amigo, soy un acérrimo convencido de que con amigos como tú huelgan las palabras. Mi mirada, mis gestos y mi agradecimiento no necesitan ser expresados. Te llegarán de cualquier manera como le llegan a quien se compenetra de nuestros genuinos sentimientos.
Te deseo una vida repleta de todo lo que más deseas.
Un fuerte abrazo.

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@Froilán de Lózar, desde 1983.. Imágenes del tema: Bim. Con la tecnología de Blogger.
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