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El libro y el pájaro

Cada día que pasa, se lo digo en serio, cuánto más me sumerjo en libros y hemerotecas, cuanto más repaso las vidas que estudiamos en el pasado más reciente, cuanto más leo, más me asombro. Todo lo que ahora discutimos, todo aquello que va siendo noticia en los más importantes diarios, absolutamente todo está ya contado y recontado. Y tropezamos en las mismas piedras y les pedimos a los hijos que estudien, que estudien, que no dejen el estudio...

Ahora lo que tenemos que pedir, lo que tenemos que buscar es un poco de suerte, un poco del enchufismo que ha funcionado desde siempre, porque los currículum se los llevan los camiones de la basura por toneladas. No es malo estudiar en cualquier tiempo, pero si hace falta un ángel para encontrar un hueco en el mundo laboral, ya no te digo nada en aquella carrera que elegimos.
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Aunque estamos abrumadísimos de impuestos, contribuciones directas, indirectas y alcabalas de toda índole, todavía no cuesta mucho salir en estas mañanitas a darse un paseo por la Moncloa o el Parque del Oeste. El sol lírico de Madrid es una merced gratuíta, aún no han intervenido ni el Estado, ni la Provincia ni el Municipio. Como tampoco nos exige dispendio alguno la contemplación del arroyuelo, al que nuestros padres llamaron arrullador, ni el trino de las aves denominadas canoras, ni el blando céfiro de la umbría recoleta.


Sosegado, pues, el bolsillo, apetece divagar un poco sin rumbo, después de cumplidas nuestras obligaciones, por alamedas y alcores. La Moncloa es una defensa dilatada, donde la Villa y Corte sonríe magníficamente. El fondo es de Velázquez el hidalgo. Sus recovecos son de Goya, el garboso. Y aunque en toda la amena extensión van abundando las edificaciones oficiales que anularán algún día su encanto, no es difícil actualmente encontrar sotos donde un Garcilaso sople en su caramillo y veredas en las que suspire oracianamente otro Fray Luis.

Lejos del tranvía, menudean los sitios hospitalarios y geórgicos. El aire, fino, luminoso, parece huir de un esenciero. ahora, por la mañana, no nos encontramos las parejitas de novios que tanta devoción otorgan al apartamiento. El novio ha venido aquí solo, con un abultado libro de texto. Estudia porque se acercan los exámenes, porque han empezado ya las oposiciones. Por las tardes, el novio, "sin ella", se convence de que la vida hay que merecerla, de que es inexorable el ganarla...

¿Cuántos mozos nos encontramos entre estos escondidos rincones? Son muchos. Al pie de un árbol, fumando nerviosamente un cigarrillo, el opositor, el estudiante, hunden su atención en las hojas aborrecibles. Hunden la atención, soterran la esperanza, esclavizan el afán. Allí, en la árida lección, reside la tranquilidad, el triunfo, la alegría de lo venidero. Este libro, siempre generoso, a pesar de su hoscura le proporcionará el casorio, y le brindará, tal vez, honores y prosperidades. Es como imagen de la varita mágica que ha de convertir las estepas de hoy en vergeles.

¡Que le vamos a hacer, muchacho! Estudia. Estudia, hombre. Olvídate del billar, y del tendido de la plaza o del estadio, y de la novela entretenida, y de la pobre y dulce mujer que ahora cose en su obrador o trajina en su piso tercero . Estudia, estudiante. ¿No lo oyes? Encima del árbol a cuyo pie ojeas el texto penoso, canta un pajarillo. Ya tienes quien arrulle tus deberes. Él, humilde, anónimo, menudo, canta por tí, por todos los que anhelan volar y no pueden; por aquellos que quisieran rasgar el horizonte y tropiezan contra el guijarro; por aquellos que nacieron para ser libres y sólo les es permitido dorar sus cadenas. No te desesperes, estudiante. Este día de hoy, esta mañana que tú imaginas inacabable, se extinguirá tras aquellos pinares tan hermosos. Y al otro lado de sus copas morirán nuevos días. tu aprendizaje de hombre es difícil, y lento y amargo. Sopórtalo con mansedumbre, amigo. ¿No leíste que todo pasa, que todo perece, que todo renueva? Las horas sombrías son tan fugaces como las alegres. No hay bien ni mal ni carrera corta ni asignatura rebelde que cien años dure. Anda: enciende otro pitillo, y pídele nuevamente un poco de paciencia a tu juventud. Mañana o pasado habrás concluído. Tu padre te felicitará; tu novia será tu compañera y vendrás a este mismo parque hecho todo un señor formal, empujando el cochecito donde duerma como un querubín el fruto de "vuestros amores".

Tal vez te preguntes: Pero ¿no hay más? ¿Es esto todo lo que yo ambicioné tan ardientemente? Y entonces mirarás, un poco conmovido a otro mozalbete que estudie al pie de otro árbol como este de hoy, con su modesto trovador en lo alto. Y suspirarás, sin remedio, al sentir en las sienes el frío de las primeras canas, que esta mañana de sol ha descubierto en mi frente el menor de mis hijos...

E. Ramírez Angel, Diario palentino, 12 Mayo de 1926

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