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Asalto al poder

El libro del palentino Jesús Cacho, "Asalto al poder", fue muy claro al respecto. Su protagonista, Mario Conde, (genialmente captado por nuestro paisano, periodista de la diáspora palentina en Madrid), había conquistado el poder al asalto, paso a paso, con al menos dos de las tres armas de Joyce, la astucia y el silencio, al menos así consiguió vender "Antibióticos" a la "Montedisson", en medio de un episodio habitual de los negocios, en el que el núcleo del placer se sitúa en el poder que conlleva ese éxito. El problema del poder es que una vez asaltado y conquistado pasa a la erótica del poder, esto es, engancha, y es siempre insuficiente, no hay conformidad ni stop, y empuja a asaltar más poder.



Tolstói decía que el poder era la causa de todos los males que sufre la humanidad. En realidad el poder, y los fastos que lo acompañan, posee un encanto que atraviesa los tiempos, las instituciones y todo tipo de personas y edades. Michel Foucault investigó, paso a paso, la microfísica del poder en un memorable Curso del College de France del 73-74, —ahora publicado: "El poder psiquiátrico"—, donde puso de manifiesto las pequeñas disciplinas, usos y costumbres, panópticos y técnicas que se fueron históricamente desplegando en torno a la locura y a sus instituciones. El poder de las palabras también puede obnubilar, y así encontramos gentes que disfrutan del poderío que su capacidad para el verbo les ha dado, sin percatarse de que el poder de sugestión es efímero.

El amor propio empuja con fuerza a la enfermedad del poder. El enfermo de amor propio precisa de continuos subidones, de aplausos, de baños de masas, de halagos, de servidumbres, de tratamientos, de distancias, de protocolos, de uso de enseñas, banderas, galones o distintivos, en suma de una cohorte de destellos imaginarios, de brillos que hacen del poderoso un faro encendido constantemente, pavoneándose ante una corte de admiradores.

Se sea tirano doméstico, presidente de una empresa, profesor en un aula, médico en jefe, militar laureado, rey con reino, jefecillo, periodista o deportista, el enamorado de sí mismo, aquel que exige siempre privilegios de extraterritorialidad, sumisión, silencio y pleitesía, muestra una enfermedad cuasi incurable, epidemia de una época que hace culto a ese dinosaurio llamado “yo”. Convendría leer “La escritura del ego”, en "El sinthome", de Jacques Lacan, para entender la función que cumple ese ego en algunos sujetos.

Finalmente, y tras perder el poder, el enfermo de amor propio ve cómo sus humos se bajan. No siempre.

 


De la sección del autor en "Curiosón"
"Vecinos ilustrados" @Aduriz2012

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