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Una mínima flor de jazmín

“Nada hay más difícil que un principio. Si con esta escritura consigo la calma y perturbo a los que están calmados, ya me doy por pagado" (Lord Byron). De acuerdo, al menos, en la dificultad que se siente ante la hoja en blanco. Hay días en que un riachuelo hace cosquillas en la mente y brota impetuoso, y otros, opacos, en los que no me decido a elegir tema, hilar palabras, enlazarlas para que tomen vuelo y salgan a la luz. Comprendo que escribir es una pasión, una entrega, no la búsqueda de perfección absoluta reservada a los elegidos. Por lógica, admito, con humildad, que, a veces se acierta, no siempre y, sin embargo, seguir, resulta placentero.

Jazmín extremeño

De nuevo, la primavera está aquí, risueña, en puro contraste con la frialdad de las calles vacías y la tristeza ¿o el miedo? que sentimos al cruzarnos con los  viandantes que van a hacer su compra, necesaria, y de los que, inconscientemente, nos separamos. El lunes, en algunas casas del Barrio de María Cristina, las lilas habían florecido. Aún no huelen; tal vez, al pasar deprisa, no reparé en su aroma. Pensé que, en mi parcela, su belleza y olor inigualables me acompañaron muchas primaveras. Al volver a casa, busqué entre las plantas de una mínima jardinera, el moradillo de lavanda extremeña y los alhelíes que me regaló (¡cuántos años ya!) un médico cariñoso e inteligente que salvó, desde nuestra casa, a mi hijo Álvaro -en su magnífico alemán- de una operación innecesaria cuando, con un Erasmus estaba en Saarbrucken: Julio Aguado Matorras. Su flor es pequeña, y se va degenerando por los años, pero los conservo como un don.

Y moví la planta de jazmín extremeño, grande y generoso en verdor, y que, en siete años que lleva conmigo, jamás había florecido. Y, entonces, ¡sorpresa!, allí estaba, una mínima flor color amarillo brillante, buscando refugio entre las ramas gruesas y generosas. Y me nació en el pecho la alegría indescriptible al mirarla una y otra vez. Acepté, convencida, que siempre hay un rayo de luz al final del camino, por difícil que sea. Y di gracias a Dios porque la familia y los amigos siguen bien. Hago acopio de esperanza y recorro el pasillo de la casa. Echo de menos muchas cosas. Quizá, no descubrí, a tiempo, que la felicidad está en las cosas sencillas. 

Imagen: Teresa, en perfumesylucesdeextremadura
 


SENTIR DE LA PALABRA 
Sección para "Curiosón" de Carmen Arroyo.


3 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

No es primavera, Carmen, pero hacemos acopio de fuerzas también en el otoño.
Y es verdad que la felicidad esta en las pequeñas cosas.
Buen día y gracias por esa esperanza que nos dejas.

CarmenGGuadilla dijo...

Bello relato Carmen.
Me imagino las calles vacías en Palencia, pero entrando la primavera risueña, en puro contraste con la frialdad, la tristeza y el miedo de la pandemia. Visualizo la planta de jazmín extremeño, grande y generoso en verdor, y la mínima flor color amarillo brillante, buscando refugio entre las ramas gruesas y generosas. Y me imagino que tú estás como ese jazmín después de tu dolor por la pérdida más valiosa de tu vida.

Carmen Arroyo dijo...

Querida Carmen: Ha sido un auténtico placer conocerte, sí, digo conocerte aunque sea por este medio digital, porque vamos contándonos retazos de nuestras vidas y, quién diría que tenemos tantas cosas en común: gusto por la lectura y la escritura, tú publicas libros, yo cuentos, y, tú, además, algo que ningún historiador palentino, al menos que yo sepa, ha hecho. Has publicado una estupenda novela: El silencio de los abedules, sobre aquel Studium Generale de Palencia que, hubo en nuestra ciudad, como muy bien te contaba tu abuela al final, se cree, de la Calle Mayor Antigua, por la generosidad de un obispo culto, don Pedro Tello Téllez y de un Rey generoso y castellano, Alfonso Vlll, quien reconoce la alta calidad de las enseñanzas impartidas en él, Trivium y Cuadrivium, y le otorga renta anual para pagar a los excelentes maestros llegados desde Europa. Lástima que su sucesor, Alfonso IX, se inclinase a favor de Salamanca. Pero el honor de haber sido la primera Universidad, no lo vamos a perder. Así habló mi esposo aquel día dentro de la iglesia de San Pablo, lugar elegido para pronunciar su conferencia sobre nuestra primera Universidad.
Su voz sonaba profunda y cargada de emoción. Y tengo un grato recuerdo. Las autoridades religiosas, universitarias y políticas, debieron pensar que el poeta era soltero: no recibí invitación para asistir sentada y, no pongo su nombre, aunque le di las gracias, al verme apoyada en una columna cercana a los bancos, un politico educado y detallista, se levantó y me cedió su lugar...Algo que no hicieron otros políticos más conocidos por mí y, también, más jóvenes...Ese monumento por el que paso cuando voy a la clínica Recoletas a intentar que Sara, Logopeda, excelente profesional, rehabilite mi hilo de voz, me trae gratis recuerdos. Bueno, amiga lejana en kilómetros y horas, pero cercana en mente y corazón, gracias por esa categoría humana que imprimes a los personajes de tu novela. Se hacen querer y, yo, también me identifico con ellos pues los veo muy reales y llenos de valores humanos. Un abrazo. 

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