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Falsos espejismos

El Curavacas, con todo su bellísimo y solitario camino de aproximación, río arriba del Carrión.


Todo está como entonces: deliciosamente bucólico en los valles; sereno y misterioso en el pozo; espectacular y grandioso, obsesionante, en el colosal anfiteatro de la peña.


El que quiera disfrutar de esas perspectivas maravillosas, que se eche la mochila a la espalda y que haga kilómetros. Nada más absequible a todas las fortunas.






Luis García Guinea

Cuando visité por primera vez el macizo del Mont Blanc, hace de esto ya veintitantos años, publiqué en un periódico de Cantabria un artículo manifestando mi decepción , como montañero y amante del auténtico paisaje, al ver hollada por la mano del hombre la grandiosidad de aquellas montañas; y decía que allí se añoraba y se echaba de menos la virginidad del paisaje español -inmaculado, como todo lo virgen- donde todavía se podían recorrer kilómetros por plena sierra sin más compañía que la del espolique, ni otros contactos humanos que los de los pastores transhumantes.

Este año he vuelto a visitar un paisaje que considero casi mío por lo bien que le conozco y porque le amo con pasión de montañero: el Curavacas, con todo su bellísimo y solitario camino de aproximación, río arriba del Carrión. Hacía mucho tiempo que, por las circunstancias, no había podido realizar mi periódica y anual visita a aquellos lugares y la excursión otoñal de este año fue totalmente satisfactoria. En los días que allí estuve, aguantando fuertes heladas, sol y hasta alguna nevada al coronar la cima, pude comprobar con inmensa alegría que todo sigue lo mismo que hace veinte o treinta años, lo que equivale a decir que probablemente sigue igual que hace trescientos años. Tal afirmación, que parece sinónima de anquilosamiento, es la mejor alabanza, creo yo, que se puede hacer de un paisaje: las encantadoras vegas de Santa Marina, Correcaballos y los Cantos, las Escaleras que ascienden entre cascadas hacia el pozo... Todo está como entonces: deliciosamente bucólico en los valles; sereno y misterioso en el pozo; espectacular y grandioso, obsesionante, en el colosal anfiteatro de la peña.

Conozco bien España y gran parte de sus principales paisajes de montaña, y puedo asegurar que el triángulo que forman los tres grandes, Espigüete, Curavacas y Peña Prieta, es uno de los conjuntos montañeros de mayor atracción para el amante de la naturaleza. Sin embargo parece -no sé lo que tendrá de cierto el rumor- que se proyecta la construcción de una carretera paralela al Carrión, hacia Río Frío. Por eso el SOS angustioso que lanzo a los organismos que puedan tener en cartera el proyecto: Diputación, CIT, etc. ¿Es realmente necesario semejante atentado al paisaje?

Suele afirmarse, con esa facilona y absurda demagogia -táctica muy usada para convencer a los tontos- que la belleza hay que hacerla adsequible a todos; que no tiene por qué ser patrimonio de unos pocos; que también los pobres tienen derecho a disfrutar de la naturaleza... ¡Falaz espejismo! Hay un refrán castellano que, como todos los refranes, es diáfano y gráfico: "el que quiera peces, que se moje el culo". El que quiera disfrutar de esas perspectivas maravillosas, que se eche la mochila a la espalda y que haga kilómetros. Nada más absequible a todas las fortunas. No olvidemos que el paisaje no es patrimonio exclusivo nuestro, sino de las generaciones venideras. Estas también tienen derecho a disfrutar en soledad de aquellas perspectivas sin el estorbo de cercanos motores y sin la repulsiva presencia de plásticos de todos los colores que con profusión adornan las retamas.

Una carretera supone algo más que una cinta más o menos blanca que rompe el equilibro del paisaje: lleva consigo cafeterías o restaurantes, aparcamietos, columnas metálicas, telesillas o teleféricos para aupar a los cómodos a las cumbres... Y, sinceramente, no puedo ni quiero imaginarme la serenidad y la belleza de la laguna del Curavacas con todos esos postizos aditamentos, por muy claros exponentes de civilización que sean.

Confío y espero que tengamos la claridad de visión suficiente para no cegarnos con esos falsos espejismos que no conducen a otra cosa que a la desaparición del paisaje o, por lo menos, a su transformación negativa.

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Luis García Guinea, hermano mayor del historiador Miguel Ángel García Guinea, estudió Derecho en la Universidad de Deusto y ejerció como notario en Cervera de Pisuerga. El artículo fue publicado en la Revista "El Roble", que dirigía en Guardo nuestro colaborador Jaime García Reyero.

IMÁGENES: JOSÉ LUIS ESTALAYO




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