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Cárcel de almíbar...


...para un pájaro viejo

Desde León, me llegaban los relatos y los versos de María Azucena Modino Robles, amiga que he recuperado estos días gracias a las redes sociales. Es indudable que, como decía Will Rogers, que abre una de mis novelas inéditas: "No todos podemos llegar a ser héroes. Alguien tiene que quedarse en el camino, aclamándoles al pasar". Pero tuve el honor de publicar a muchos autores, que llegaron con sus historias al corazón de mucha gente. Y eso es lo que queda, la satisfacción de haber hecho lo que uno podía hacer entonces, con las herramientas que uno tenía a mano. Y la recompensa es encontrar aquí una buena porción de amigos que seguramente disfrutarán con esta lectura de verano.

Por María Azucena Modino Robles

Algún día un pétalo de luz rompe los búcaros donde anidaban sombras y verdades a medias (tal vez medias mentiras, disfrazadas de seda y princesas bucólicas).

Algún día, las cristaleras verdes de los ojos del alma se nos abren -o se nos seca la razón- y nos hacemos buscadores de sollozos de estrellas en el agua transparente de las mandarinas.

Algún día, vieja mía, se nos muere una flor en el crepúsculo, pero quedan capullos meciendo sus corolas en una hebra de viento. No sé cómo decirte, vieja mía, (aunque tú ya lo sabes), que llevo treinta años no viviendo, respirando contigo sólo por respirar. No sé cómo decirte que me siento ridículo con mis náuticos rojos, la camisa del "Ché" y con mis vaqueros...
Son ya sesenta años no vividos.

Perdona, vieja mía, si hoy me he sentido pájaro, y he llegado en un vuelo al corazón de almíbar de las albas. Estoy ya tan cansado de fingir impotencia, de las sotas de bastos y de cervezas bebidas con desgana; de dar tres "padrenuestros" para no sé qué Dios, que se me esconde...

Son tantos años muerto, sin saber que existían playas azules, viendo a las rosas rojas. Sin saber que la arena era sal de neón o bombillas pequeñas. Son tantos años viendo aves migratorias que no regresan, oyendo a las campanas golpearse la lengua. Llevo ya veinte vidas de alpiste bien sudado, de reñir con cuñadas y de pensar por tí.

No llores, vieja mía, tenía que decírtelo. A veces, las cristaleras verdes de los ojos del alma se nos abren, o se nos seca la razón y...

Ahora no me retengas, pues he sabido ver que las noches son blancas, y que el cielo se encuentra en la concavidad de nuestras manos.
De sus manos...

A pesar del prestigio, de la cuenta corriente y del utilitario; a pesar del sillón, de tu muslo caliente, de tus preocupaciones cuando no llego a casa y de mis zapatillas...,
a pesar de saber que cometo un error, iré a buscarla cuando vigile el buho.
No intentes retenerme con razones tan cuerdas como los "que dirán" ,
o nuestros treinta años de vértebras unidas.

Este silencio espeso me rompe el alma. No me preguntes por qué la amo, no me preguntes... Como tu amas mi artrosis, la pulsera de perlas o el gatito de angora...

No me preguntes. Su vida es como un naif azucarado, donde habitan tres grillos merendando torrijas, un cesto con pupitres, seis pancartas de tinta y una pintada: "se ha prohibido el crecer". Con ella he aprendido a cazar renacuajos, a mancharme de barro y a comer las manzanas sin pelar. Y yo que no quería subirme al carrusel ni grabar corazones en los árboles, me encontré con las bridas de un poni de cartón y haciendo una sangría a los almendros.

No llores, vieja mía, tenía que decírtelo. ¡Qué duro es el amor, que mata a las raíces al echar brotes nuevos.

¿Por qué vienes a mí, paloma de la luna nueva, si yo no soy gorrión del sol?
¿Por qué has hecho tu nido, de fuente y kibi, en el abrevadero del ocaso?
Angel de tarde, ¿por qué no me buscaste en primavera?

No me llames loco, por favor. Loco, no. ¡Loco, no!. A pesar de saber que cometo un error... Tal vez, enamorado. El amor, no sé cómo nos sorprendió de golpe, tan callado. He querido volver a tu vaso con dientes, a jugar con los nietos, a tu vientre abultado... A mancharte de migas la alfombra nueva, a tu limpiametales, a cuidar al jilguero, he querido volver...

A la vejez viruelas, me repito. No abraces mi chaqueta, vieja mía, pues tiene otro perfume (se alimentó de lilas cuando la aurora se peinaba en el arroyo). No busques su sonrisa en mi cartera, pues como un ascua de plata la llevo reluciendo en mi memoria. Sé que es necio el decirte -porque duele- que mil amaneceres se han colgado de mis lámparas viejas; y que la pongo (ya ves que tontería), pendientes de cerezas para dormir. Cuando un hilo de noche se muere en los tejados, me despierto a mirarla, y siento mil relámpagos en cada parpadeo de diamante, porque diamantes son los fresones salvajes de sus iris.

Y no me llames loco, por favor... A pesar de saber que cometo un error...
¡Qué duro es el amor!...

Déjame, carcelera, puestas las alas.
Déjame ir a buscar gaviotas de cristal en el suspiro alado de los lirios.
Quiero ser revendedor de amor en el puesto morado de las lágrimas...
Quiero soñar. Soñar y diluirme en ella como una ténue sábana de saliva de orquídea.
Déjame, carcelera, disfrazarme de pájaro y volar... Volar... Volar...

Ya ves, viejita mía, que me he vuelto grosera y no sé distinguir una ventana tibia de unos barrotes. Loco, sí. No abraces mi chaqueta, vieja mía, tenía que decírtelo. Aprende, vieja mía, a sentirte más sola; a callar, con las nueras y a no esperar con ansia el ruído de mis llaves. Aprende a caminar contigo, a romper mi tazón y a servir nuestra sopa solamente en un plato.

Estas lágrimas tuyas de gacela humillada, me crucifican. Es tan duro el adiós de los otoños... Tú te vas, melancólica y gris, arrugada y vacía, por el sendero helado del invierno (descalza y tan vacía por el sendero helado del invierno).
Yo me voy, como pájaro viejo a mi cárcel de almíbar.

Ya sé que te he robado el arcoiris, y que vas a temblar en las noches de viento; y que no estaré yo cuando te de la espalda hasta el último nieto. Mas, no llores, vieja mía, vendré a verte un ratito, y te pondré, si quieres, pendientes de cerezas. Y cogeré tus manos para hablar del reuma, de los jóvenes locos o del párroco nuevo, que ha quitado a la Virgen la corona y los velos. Vendré a verte un ratito para charlar contigo, y que esta juventud no sabe de manías.

Ahora no me retengas ni abraces mi chaqueta. Está despierto el buho...
Si ella no fuera un naif azucarado...

A pesar del dolor, de la cuenta corriente y del utilitario.

A pesar de saber que cometo un error...

Volaré como un pájaro viejo a mi cárcel de almíbar.

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RELATO
© María Azucena Modino Robles, publicado en el Núm. 29 de la revista literaria "Pernía". 
El relato presentado en la revista fue "Premio Santo Angel de la Guarda".
Edita y dirige: Froilán de Lózar

1 comentario:

Froilán De Lózar dijo...

Gracias a tí, Azucena. Me gustaría animarte a que siguieras escribiendo, aunque fuera lejos de ese ruedo mediático. Porque al escribir lo que sientes, sacas historias fuera que nos ayudan a superar muchas historias nuestras. Espero tus poemas, para compartirlos con tantos amigos como por aquí van y vienen. Estas puertas siempre estarán abiertas para todos aquellos que como tú, llevan la poesía a flor de piel. Un fuerte abrazo, amiga.

Comentario en respuesta al agradecimiento de la autora en Facebook.

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