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Manolo Nestar, (II)



Lo de la Bonifa

Dacio Rodríguez Lesmes




Las anécdotas se hilvanan unas a otras según va tejiéndonos Nestar su tápiz biográfico. Manolo, como su homónimo sevillano es muy aficionado a los toros. Todos los primeros diestros, tanto españoles como mejicanos se precian de su amistad. No se pierde una buena corrida ni tampoco un brindis, que nunca le falta, como ofrenda leal a su campechanía. Manolo, como Julio Chico, también quiso ser torero. Eran los tiempos de su juventud. Con varios amigos frecuentó “La Casa Bonita”, un bar madrileño que tenía un corral donde soltaban toretes para los devotos del arte de Cúchares. ¡Vamos, una especie de Escuela de Tauromaquia particular! La tarde de marras Nestar se hallaba con otros cinco o seis conocidos en el ruedo. Salieron primero dos becerros pequeños, con los que se atrevió todo el mundo.

—¿Otro mayor? 
—Venga, otro mayor.

Tampoco pasó nada.
—Y por qué no otro de más respeto?
—Muy bien. 

Yo no sé si todos adivinaron lo que salía por los chiqueros. El caso es que de pronto –dice el Faty palentino– me ví ante un toro más grande que una catedral. El miedo me paralizó las piernas. —Aquí es el fin, Manolo Nestar, me dije.
El toro se me acercó bufando y se paró a los diez metros. ¡Qué toro, nunca se me olvidará aquellos cuernos descomunales, aquella papada y aquel flequillo enorme que le caían sobre el testuz. De repente me da un golpe y yo caigo como una bola al suelo. Me acordaba de que en situaciones como ésta, lo mejor es estirarse mucho y estarse quieto para que no pase nada. Y así lo hice. Sobre mi cabeza oía resoplar al bicho. Me olía por todas partes. Comencé a sentir calor en el cuello... ¡Horroroso!¡¡Adiós Manolo Nestar!! No sé los segundos que pasaron, pero a mí me parecieron siglos. Desde un burladero me chistaron: “¡Corre, quítate!”. Más muerto que vivo me puse a salvo. Caí en brazos de mis compañeros y respiré.

—¿Te pasa algo? 
—Estoy herido 
—¿Herido? 
—Sí, aquí, en el cuello... Me echo la mano... y ¡oh, sorpresa! El maldito toro me había confundido con un moledero. Fue, no se me olvidará jamás, el día que mataron a Canalejas. 

Nestar nos habla de sus andanzas por Sevilla, cuando echó a la cama durante tres días consecutivos al mejor bebedor de la ciudad hispalense; de Bilbao, cuando alquiló un teatro para él solo y todos los taxis de la urbe vascongada; cuando circuló como jefe nacional del Seguro de Probabilidades... En fin, ¿no les parece a ustedes que esto está bien para un nuevo capítulo?

Hemeroteca "Diario Palentino"
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