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Analizantes experimentados

Fernando Martín Aduriz 


Psicólogo


Es una expresión que no se me va de la cabeza: analizantes experimentados. La he leído en un libro sobre adolescentes que estoy compilando, y ha sido tan importante que la he llevado al prólogo de ese mismo libro. Analizantes experimentados. Me explicaré.

Soy psicoanalista. Recibo a gentes de los más variopintos lugares, aunque mi consulta se encuentra en Palencia, gentes de todas las edades, –ahora mismo en un arco que va desde los cinco años hasta los setenta–, y que presentan el más amplio catálogo sintomático: desde autistas a fóbicos, obsesivos, adolescentes difíciles, adoptados turbulentos, hiperactivos que no desean más píldoras, psicosis ordinarias, histerias graves, desamores, heteros y gays, y también mayores con deseos de saber más de sí. Esta práctica me acompaña en mi vida desde 1984.

No sabría diferenciarme de esa experiencia de psicoanalista. Es verdad que he estudiado varias carreras y en tres Universidades diferentes, que he sido funcionario público cuando era muy joven, demasiado, pero me siento psicoanalista por encima de todo. Es verdad que escribo, y que cada día me siento mejor escribiendo, y que he publicado artículos, prólogos de libros y he sido coautor de algunos como por ejemplo del último, La sociedad de la vigilancia y sus criminales, (Gredos, Madrid, 2011), y es también cierto que dirijo una Revista regional de psicoanálisis y cultura, "Análisis", como lo que escribo con asiduidad en medios, especialmente en mi querido Diario Palentino, donde me publican desde hace ocho años mi columna semanal Vecinos ilustrados, pero tengo que decir que por encima de todo me considero psicoanalista. Y lacaniano.

Ocurre que también me considero analizante. De hecho mi formación como psicoanalista ha experimentado grandes cambios, pero para seguir siendo analizante. Primero me analicé en Madrid en los ochenta y primeros noventa. Después desde 1999 y mensualmente en París. Cada mes emprendo el viaje desde Palencia, camino de mi querida Rue Saint Honoré donde me aguarda un trabajo de intensa lectura de mis páginas en blanco, de mis embustes. Allí coincido con analizantes de Italia, de Brasil, de Argentina, de Bélgica, de París...en la sala de espera de la consulta de mi psicoanalista, se produce un fugaz encuentro con gentes dispuestas a leer con ayuda de un buen traductor, en mi caso con uno de los psicoanalistas de quienes más he aprendido. Entonces, abandono por un momento ese ropaje de psicoanalista experimentado, que supuestamente porta un saber, una técnica, unos conocimientos, y me convierto en un analizante, alguien que acepta su descompletud, alguien que desea obtener la diferencia absoluta, lo que conlleva una soledad oceánica, un certificado de idiotez transitorio, un punto de juventud perpetua, y una apuesta por aceptar la infinita ignorancia en la que nos movemos. Desde ese punto de vista puede decirse que soy un analizante experimentado.

El público profano quizá no sepa en qué consiste eso de analizarse. Alguno pensará que es ir a hacerse análisis clínicos, pero analizarse es una expresión que quiere decir que alguien acude a un psicoanalista, se recuesta en un diván, y trata de obtener algo útil para su vida de esa operación de desciframiento, usando para ello de ese dispositivo que ha hecho clásico en el cine un Woody Allen, o que ha ido pasando poco a poco a la cultura tras el descubrimiento freudiano del inconsciente.

Analizarse, pues, no es ir al psicólogo o al psiquiatra. Se puede, claro, acudir a estos especialistas para obtener una medicación que ayude al malestar, para recibir unas pautas, para seguir un Plan de mejora, para superar una ansiedad, para suprimir una fobia, para oír algo que permita salir de un estado angustioso o insoportable, o para sobrellevar una mala temporada en la vida. Pero no creo que eso sea analizarse, pues la gran perdedora en esos casos en los que prima el abandono del molesto síntoma suele ser la verdad. No, no es analizarse ese tipo de prácticas. Pues eso, se sabe, dura un tiempo muy limitado, se recibe el consejo, la pauta, la pastilla, y en semanas, o en días, o cada cierto tiempo se acude a ese especialista, y se supone que cuando el síntoma se ha superado, no aprieta, no es intenso, no causa mucho sufrimiento propio o a los de alrededor, cuando el malestar no preside la vida, entonces se dice adiós al psicólogo o al psiquiatra. Pero eso no es analizarse. Para analizarse hay que acudir a un psicoanalista y que acepte formar un tándem en el que el analizante pone las palabras y el silencio, y el psicoanalista renuncie a ejercer el poder de sugestionar, prohibir, juzgar, aconsejar, orientar o cualquiera de las prácticas de ejercicio de un poder que desde tiempos inmemoriales han tenido las figuras de autoridad, se llamen como se llamen a lo largo de la historia.

Analizarse es aceptar que el síntoma que nos molesta, que causa sufrimiento propio o a los de al lado, no es ajeno al sujeto, es decir, lejos de ser algo molesto que hay que erradicar cuanto antes, es portador de una cifra, es decir, es descifrable.

Y un analizante experimentado puede decodificar ese mensaje. Por eso un analizante experimentado es alguien que acude a un psicoanalista durante un tiempo lo suficientemente intenso como para poder efectuar esta operación de desciframiento del mensaje implícito en ese su síntoma. En una palabra, que se sabe concernido subjetivamente en el síntoma del que se queja, y no se siente afectado.

Hoy es fácil oír en los medios que existen los afectados. Se diría que es como un virus del cual cada sujeto no se siente responsable: son otros los responsables. Por eso se organizan asociaciones de afectados de los trastornos psicológicos más variados: afectados de ser comedores compulsivos, afectados de anorexia, afectados de alcoholismo, afectados de hiperactividad, o afectados de fibromialgia o de ludopatía o ansiedad. Y como se piensa que en todos estos casos la responsabilidad no es del sujeto sino de su herencia genética, de su cerebro, de su bioquímica, o de lo que es peor, de su error de razonamiento, resulta entonces que es normal que se pidan explicaciones y subvenciones al resto de la sociedad, comprensión empática, y un local para reunir grupos de afectados, que sintiéndose parte de un colectivo, logran identificarse mejor a su propio síntoma. Se sientan así las bases para no abandonarle nunca.

Es un mal camino. Mientras no se acepte que en todos esos casos, en todas esas agrupaciones monosintomáticas, algo del propio sujeto está en juego, la más grande de las imposturas está en juego, porque cada quien sabe en su fuero interno, que eso del cual otros dicen que está afectado, eso, es un mensaje, tiene texto, se puede descifrar, tiene un momento de desencadenamiento, un día en que empieza, un segundo que marca un antes y un después. Y eso, ese síntoma molesto, dura tiempo, dura tanto que no permite no pensar que no haya un goce inconsciente comprometido.

En una palabra que ese síntoma, el que sea, es subjetivo, es un mensaje, y es goce. Y eso lo sabe, mejor que nadie, un analizante experimentado. Por eso no juega con eso, no hace bromas. Acude cada mes, cada semana, a su sesión de psicoanálisis sabiendo que sus síntomas se mueven, aparecen y desaparecen como el Guadiana. Molestan y se hacen insoportables, tanto como un día se van para no volver, o logran callarse para dar paso al protagonismo del deseo vivo del sujeto.

Un analizante experimentado es alguien que no se deja engañar por sus palabras. Hasta el punto de que acepta de buen grado cuando su analista, si es experimentado, suspende su sesión a poco de haberla iniciado. Porque sabe que puede hablar, hablar mucho, hablar y hablar, pero para no decir nada.

Es el goce del bla, bla, bla, lo que llena las consultas de los psicólogos, de los psiquiatras, de los platós de televisión, de los blogs, de los medios. Un goce que consiste en hablar mucho para asegurarse de no decir nada de lo esencial.

Siempre me gustó una frase de Lacan, de Jacques Lacan, mi autor favorito, el psicoanalista que nos enseñó a leer a Freud: «El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo ya está escrita en otra parte».

Un embuste. Eso es. Son los embustes los que nos impiden acceder a una posición subjetiva que no sea la del afectado. Un analizante experimentado trata de desenmascarar los embustes. "Lecturas de la página en blanco" es el título de un libro genial, cuyo autor, Miquel Bassols, psicoanalista barcelonés, va a venir a presentar a Palencia el próximo mes de mayo del 2012. Un libro que a muchos nos tiene encandilados por su precisión para captar el camino que hay que recorrer a fin de descifrar nuestra página en blanco, y que comienza así: «Detente un instante, estimado lector, ante la página en blanco, no la dejes pasar de largo con la excusa de que no significa nada, de que no hay nada que leer en ella». He pedido a varios lectores, analizantes experimentados la mayoría, que lean un capítulo de ese libro, –hay dieciséis– y que en ese próximo 18 de mayo de 2012, en Palencia, en Casa Junco, sede universitaria, puedan presentar al público un libro pensado para el público en general, y para analizantes experimentados, –de ayer, de hoy o analizantes futuros– en particular.

Pues bien, en ese libro hay un capítulo, el nueve, que se titula “Cita”, y que es uno de los capítulos más breves, pero más elocuentes que he podido leer nunca en un libro, pues es un capítulo que contiene exclusivamente una cita, de Cortázar, y de su libro Historias de Cronopios y de Famas. Dice así: «En un pueblo de Escocia venden libros con una página en blanco perdida en algún lugar del volumen. Si un lector desemboca en esa página al dar las tres, muere». Ese capítulo representa mejor que ningún otro capítulo lo que trato de explicar hoy, aquí, al lector del blog Curiosón. Que cuando alguien penetra en sus páginas en blanco, y comienza la lectura, ya no hay retorno, empieza un análisis, comienza la experiencia analítica, y que si es bien guiado, si es bien acompañado por un psicoanalista experimentado, esto es, advertido de las trampas de la lectura de ese libro de tirada única que es el propio inconsciente, ya no podrá engañarse.

Y que como se recuerda también en este libro de Bassols, citando una simple definición de lenguaje de José María Valverde: «Uno empieza una frase...y tiene que terminarla». Ese es el gran reto y el terrible secreto de un analizante experimentado, que sabe que tiene que concluir su relato, que sabe que su experiencia de analizante debería de servirle para dejar de serlo algún día. Que sabe que su oficio es temporal. Que es un trabajador en precario, un fijo discontinuo que sabe que transita por una experiencia que empieza y que acaba. Si hay muchas experiencias en nuestra vida francamente olvidables, la de analizarse es por el contrario una experiencia humana tan químicamente pura, que se torna una experiencia inolvidable.

Y que no deberían perderse los vecinos ilustrados. Porque un lector empedernido, ávido, experimentado, es eso, en cierto modo, un analizante experimentado, lo sepa o no. Analizarse, lo tengo que decir, produce tantos efectos, cambia tanto el estilo de vida, las actitudes vitales, el sentido de la relación con los otros, que es una experiencia recomendable para casi todo el mundo, resultándome difícil agrupar en una clasificación a todos aquellos a quienes no recomendaría nunca un análisis, salvando los psicópatas y los imbéciles, se entiende, claro, me refiero al resto, a quienes ni son perversos, ni han decidido morir idiotas, a esos, mejor no despistarles.

Pero desde luego, si algo he aprendido como analizante, como lector, y como psicoanalista, es que la experiencia del análisis si a algo se parece es a un viaje. Recuerdo aquí a Claudio Magris, y su brillante El infinito viajar, donde dice que es imposible emprender un viaje sin atravesar fronteras, –psicológicas, lingüísticas, sociales, geográficas,...– y eso requiere una cierta actitud de todo viajero. Pues bien, podríamos decir que la frontera que separa a un analizante experimentado de alguien que desconoce, aunque saber sabe, lo que bulle en su inconsciente es la frontera entre los curiosos y los que no lo son. Y todo lo que he escrito hasta aquí se justifica en esto, eso es lo que quería decir hoy y aquí para un Blog que se llama así, Curiosón.

En rigurosa exclusiva para Curiosón.
Palencia, 14 de noviembre de 2011.


El pasado 1 de Octubre se presentaba en la casa Junco el libro "La Sociedad de la vigilancia y sus criminales", del que es coautor nuestro colaborador y amigo Fernando Martín Aduriz.
En él se habla de la vigilancia, el excesivo control que hay en las sociedades actuales. Esa vigilancia provoca, entre otras consecuencias, una importante falta de espontaneidad y una inseguridad en la gente. Asimismo se habla de la criminología, todo lo que rodea al criminal.

Aduriz es psicoanalista y colaborador de "Diario Palentino".

"Blog de Aduriz"


1 comentario:

Anónimo dijo...

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