Para evitar disputas el camino fácil es escapar por la gatera de lo preciso, de lo inamovible, de lo que nos estimula las endorfinas de la felicidad durante algunos buenos ratos, y después: –Lo que pasa en el campo, se queda en el campo-, o mis pecados en el confesionario, y a casita tan contentos y liberados de molestas tensiones. Terapia de descarga en estado puro.
Está bien, por qué no, pero debiéramos revisar si el mismo paquete conlleva que perdonemos todo lo chungo que ocurre en ambos estadios. A la Iglesia, que se apropie de nuestros patrimonios públicos y privados, que nos sablée a través de los impuestos y las asignaciones, que nos acose con sus vendedores de fe cuando estamos en la cama del hospital con la pata quebrada, que la pederastia en sus filas se difumine consentida y amparada. Todo esto y mucho más consienten quienes, con todos mis respetos por la metáfora, se chutan en vena los dogmas de la Fe, único formato comprensible de tragar lo incomprensible.
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