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Miguel Delibes

Más de cien años de Miguel Delibes


Leer a Delibes va más allá de los referentes literarios, es como si el novelista nos invitase a detenernos ante un matorral, un cerro o una quebrada erosionada, una perdiz que arranca el vuelo, un conejo que huye o un viejo solitario que dormita al sol acunando sus recuerdos. El paisaje está vivo en su obra. La tierra está viva y sólo necesita ojos que observen su latido, y eso es lo que brindan los libros de Delibes porque él no describía ni diseccionaba el paisaje, sino que escuchaba sus palabras. 





Era Miguel Delibes un hombre íntegro y honesto al que se propuso ganar de antemano el Premio Planeta:

Se me llegó a decir que nadie perdería, pero perdían los muchachos que estaban escribiendo una novela con la ilusión de ganar un premio que estaba concedido de antemano, y lo rechacé.

Al hacerlo rechazaba también una buena suma de dinero, lo cual con siete hijos es todavía más admirable.

Para mí el dinero tiene una importancia secundaria, una vez que se tiene lo suficiente, claro. Está por detrás de muchas cosas: de la amistad, de la dignidad, de la solidaridad, y no merece la pena mancharse.

Otro detalle de su fidelidad y del amor que sentía hacia Valladolid, su ciudad, lo protagonizó en 1975, cuando le ofrecieron la dirección del diario “El País”, tentándole incluso con un coto de caza en Madrid para paliar su nostalgia de provinciano, pero no aceptó. Este hombre de fidelidades deseaba pasar inadvertido, huyendo de actos públicos siempre que podía y refugiándose en la soledad del campo castellano con aquella humildad franciscana y afable que le caracterizó siempre.
También decía de sí mismo:

En poco tiempo voy de la angustia al júbilo, o a la inversa. Mi temperamento es triste, con tendencia al pesimismo y la melancolía.

En relación con su obra, al preguntarle cómo surge la idea de una novela, respondía que con frecuencia es un personaje el que le llama la atención, y va cobrando vida y se va llenando de familiares y amigos. Otras veces, el punto de partida es una escena callejera o una historia que le han contado:

“Desde luego, en una novela hay una parte observada, una parte imaginada y otra parte vivida. … A veces pienso que, en el fondo, los novelistas escribimos siempre la misma novela, sencillamente porque nuestra visión y juicios sobre las pasiones humanas y sobre la soledad del hombre y su destino no cambian.

Delibes es una de las figuras más importantes de la novela española de posguerra, de los primeros que asoman tras la guerra civil, y afirmaba que no le gustaba utilizar el lenguaje soez gratuitamente –a diferencia de Cela-  “por respeto a mí mismo, y a mis lectores.”

Miguel Delibes nació en Valladolid, en 1920. Su apellido francés penetró en España con los ferrocarriles del Norte, pues su abuelo Friedrich Pierre Delibes, fue uno de los constructores del ferrocarril español, casándose con la santanderina Saturnina Cortés y estableciéndose en Valladolid a finales del siglo XIX. El ámbito familiar de la familia Delibes era de burgueses liberales y católicos, progresistas en sus actitudes (su abuelo, por ejemplo, instauró la insólita costumbre de la bicicleta en aquellos tiempos). Uno de sus hijos, Adolfo, fue catedrático de la Escuela de Comercio y se casó con María Setién Echanove, con la que tuvo ocho hijos de los que Miguel fue el tercero. No tuvo la familia una vida fácil, pues el sueldo de profesor del padre apenas cubría los gastos de tantos hijos.

El padre salía al campo a cazar y pescar, y pronto empezaron a acompañarlo sus hijos. La Segunda República pilló a Miguel siendo todavía un niño que estudió en un colegio de monjas; fueron años de aprendizaje y religiosidad, que nunca abandonará. Una vez acabado el bachillerato, se encuentra con la guerra, y con la universidad cerrada. Su madre le cede el trastero de la casa, donde se reúne con chicos de su edad y hablan de la guerra, de la vida y de la muerte…+

Como presiente que será movilizado a los 18 años, se alista voluntario en el bando nacionalista, ingresando en la Marina en el crucero Canarias, cuya actividad principal fue el bloqueo de barcos enemigos o extranjeros. Acabada la guerra, continúa los estudios en la Escuela de Comercio y accede a la Facultad de Derecho; lee cuanto cae en sus manos, pero todavía no se ha planteado ser escritor.

En el panorama de la novelística de aquellos años, hay que recordar el tremendo vacío que supuso la guerra civil: Muertos autores como Unamuno, Valle-Inclán y Lorca en 1936, Antonio Machado en 1939, las editoriales preferían apostar por los autores extranjeros como Lajos Zhilay o Somerset Maugham, y habrá que esperar a 1945 para que Carmen Laforet reciba el Premio Nadal por su obra “Nada”, que confirma la posibilidad de un resurgimiento de la novela española, lo mismo que ocurre con “La familia de Pascual Duarte”, de Cela, publicada en 1942.

Delibes estudia, vuelve a reunirse con los amigos en la buhardilla, y entra en el Norte de Castilla como caricaturista.

En 1948, y con gran sorpresa de casi todos, recibe el Premio Nadal por su primera novela “La sombra del ciprés es alargada”, acogida de forma dispar por la crítica. En ella, el protagonista se verá obligado a llorar primero la muerte de un compañero, luego la de la esposa en un accidente que él mismo presencia… La prolongación de la sombra del ciprés es el testimonio del propio desamparo y de los recuerdos del que sobrevive. Se hacen patentes ya los elementos que configurarán su obra en lo sucesivo:

“En toda novela debe haber al menos tres elementos: un hombre, un paisaje y una pasión”.

Cuando escribe esta novela en 1947, tiene 26 años, es catedrático, subdirector del periódico, se ha casado y tiene un hijo. En 1950 se publica una de sus novelas más universales, “El camino” obra en que aparecen el mundo infantil, la muerte, y el campo como ámbito vital; con ella afirma haber encontrado al fin su fórmula, aunque temía que los demás no lo entendiesen.

En 1955 obtiene el Premio Nacional de Literatura por su 4ª novela “Diario de un cazador”, concebida como el cuaderno de caza de un bedel modesto que anota las piezas cobradas y también algunos sucesos de su vida.

El lector se encuentra ante un cazador que escribe,  confundiéndose personaje y escritor:

Para mí la caza no es una actividad accesoria. Antes que un escritor que caza, soy un cazador que escribe…

En 1958 es nombrado Director del Norte de Castilla, y una sección impulsada por él y titulada “Ancha es Castilla”, fue la causa de un choque con el Ministerio de Información y Turismo del que era titular Fraga Iribarne (que también planeaba un “experimento de libertad” y veía un peligro para él en dicha sección ); ello supuso el cese de Delibes como director, viajando tras ser cesado, a Chile, a París en 1958, invitado por el Congreso para la Libertad de la Cultura, a Estados Unidos en 1964, donde pasó seis meses. En el 68 visitó Checoslovaquia, sólo unos meses antes de la intervención soviética, experiencia que reflejará en su obra “La primavera de Praga”.

Y siguen sus novelas, y el éxito imparable de su autor: “La hoja roja”, una novela sobre la soledad, el peso de los años y la solidaridad de los que se ven sin el afecto de los demás. “Las Ratas” (1962), en que el tema de la caza tiene un matiz trágico en la figura de un niño que caza ratas para comer.

“Cinco horas con Mario” (1967), largo monólogo de una viuda muy conservadora que vela el cadáver de Mario, su marido, un profesor de historia liberal, durante cinco horas en las que quedan patentes las diferencias ideológicas y las posturas irreconciliables de ambos.

“Las guerras de nuestros antepasados” (1975), concebida como una transcripción magnetofónica del relato del protagonista ante el médico forense de la prisión en que se encuentra. Todos en su familia han hecho su guerra, y se lleva a un callejón sin salida a los que no han tenido la suya.

En mayo de 1975 ingresa en la Real Academia pronunciando un discurso sobre “El sentido del progreso desde mi obra”, en que hace una alabanza del campo frente a la ciudad y hace una defensa a ultranza del mundo natural.

Un año antes, el 1974, la muerte de su esposa lo sume en un vacío tremendo del que nunca logrará salir del todo.

Era la mitad de mí mismo. Nunca podré volver a vivir como he vivido con mi mujer. De un salto pasé de la juventud a la vejez, del afán creador al más puro escepticismo; es más, si llegara a crear una obra maestra, me sería en cierta medida indiferente.

Pasan varios años sin publicar, y en 1981 aparece una de sus mejores obras, “Los santos inocentes”, denuncia de la situación de marginación que sufren los pobres y los abusos que cometen “los señoritos”; termina de forma trágica.

En 1982 le conceden el Premio Príncipe de Asturias, compartido con Torrente Ballester.

Y continúa escribiendo imparable: “El disputado voto del señor Cayo” (1985), “Mi vida al aire libre” (1989), “Pegar la hebra” (1990), y en 1991 “Señora de rojo sobre fondo gris”, una ficción autobiográfica de los últimos meses de matrimonio. Necesitó 17 años para poder escribir sobre ella.

Representó tanto, que no me he atrevido a escribir ni un artículo.

Temía haber escrito un libro sensiblero o cursi, dado lo mucho que todavía le dolía lo que escribía, pero la crítica lo tranquilizó.

En 1995 se le concede el Premio Cervantes, y en 1998 aparece “El hereje”, libro que surgió como defensa de la libertad de conciencia al conocer la persecución implacable de las ideas erasmistas en la España del siglo XVI. Nos cuenta la historia de un vallisoletano, Cipriano Salcedo, perteneciente al círculo de Agustín de Cazalla, juzgados y ejecutados en 1559 en la Plaza Mayor de Valladolid y cuyo proceso es descrito admirablemente en la novela. Acabó el libro el mismo día en que le diagnosticaron un cáncer que logró superar.

Y continuó dando sus paseos por el Campo Grande, yendo a su querido pueblo de Sedano, conversando con los amigos y escribiendo, hasta que el 12 de marzo murió en su querido Valladolid y fue despedido con muestras impresionantes de dolor y cariño.

Sirvan como colofón algunos de los titulares de la prensa de aquellos días, y con ellos nuestro recuerdo cariñoso:

Se apaga el alma de Castilla, la voz más pura del castellano.
“Valladolid sí sabe lo que perdió”, “Se va el Nobel del pueblo”.
“El hombre que amaba a las palabras”
“Un novelista hecho de tierra, de aire libre, de humildad y coherencia”.

Imagen: Fundación Miguel Delibes commons.wikimedia.org
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