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Navidad en la Residencia

Sor Carmen, la religiosa de San Vicente de Paúl atiende a las personas mayores que viven en la Residencia del Hogar San Telmo. Sabe que en estas fechas un aire de melancolía -preludio de tristeza- se cuela por puertas y ventanas.
Sucede, y ella lo sabe, que los recuerdos levantan las capas del corazón y de la memoria, toman fuerza y se hacen presentes, reviven en formas especiales pues muchas de las residentes son gentes de pueblo y recuerdan sus navidades de potsguerra cuando, la mayoría, eran niños que salían, a pesar de todo, revoltosamente alegres de la escuela y saboreaban por anticipado el esplendor de los días grandes con su turrón casero de higos secos rellenos de nueces, aquel arroz con más agua que leche y no mucho dulzor y el incansable canto de villancicos que se entonaban acercándose al calor de la hornacha.  


Y recuerdan también, aunque borrosamente, seguro que por el paso del tiempo, las imágenes de aquella familia que se convirtió en hilo de luz para volar al cielo, la soledad en el pueblo y el ingreso en esta casa en la que el cariño es moneda diaria, inagotable.
      —¡Ay hijas, y qué calladas os veo! Parecéis, ¡quién lo diría a vuestros años!, unos pichoncitos caídos de su nido. Luego no querréis cenar y soltaréis alguna lagrimilla.
     —¡Ea! Vamos a ver si consigo que olvidéis penas y en esta noche soñéis con algo bonito, que los sueños son cosa de todos no sólo de los niños. Pues oídme:
     —Ocurrió cuando yo era pequeña y vivía con mis abuelos en una casa de campo a siete Kms. del pueblo donde nací. Era por la tarde y mientras mi abuela movía los bolillos de palo de naranjo que, sobre la “mojailla” y prendida la labor con alfileres de colores, daban como resultado un hermoso encaje. Yo jugaba con una muñeca de trapo que ella había hecho para mí.
     Entonces, oímos el sonido de una carreta que al poco tiempo orilló junto a nuestra casa. Nos asomamos a la puerta y vimos a una familia gitana, un matrimonio y varios niños que no paraban de jugar y correr. Nos saludaron y pidieron agua y  lugar donde pasar la noche.

      Mi abuela era mujer de buen corazón, pensó que los niños tendrían hambre y los invitó a entrar en casa. El fuego, encendido en medio de la cocina, calentó sus cuerpos menudos y oscuros.
      Mientras hablaba con los padres, cogió un pan del escriño y fue migándolo en rebanadas finas. Puso en una cazuela que acercó al fuego, leche, azúcar y almendra molida, con un palito de vainilla. Cuando la leche empezó a hervir, la separó del fuego y añadió el pan. Dejó pasar unos minutos, mientras buscaba tazones y cucharas para todos y una cacilla para servir. Los niños abrían los ojos esperando el momento de ver los recipientes llenos con aquella sopa dulce, mi plato favorito en aquellos días de invierno, cercana ya la Navidad.
     Al anochecer llegó mi abuelo Antimo, de la finca de Los Hornillos, que distaba  dos Kms. de la casa. El señor Carpio, así se llamaba el gitano, le contó a mi abuelo que venían desde Évora, en Portugal, y buscaban trabajo en la recogida de la aceituna por la Sierra de Gata.
      Mi abuelo los contrató. Yo ese invierno disfruté de lo lindo con tantos amigos para jugar, cuatro varones y una  niña, cuando volvían del trabajo pues ellos también “apañaban” la aceituna, cogiéndola en cestas chiquitas que luego echaban en el montón recogido por los padres. Días más tarde se llevaría a la almazara de Perales del Puerto para su molienda tras la que se obtendría el aceite.
      A mi abuela le llamó la atención que los niños fueran tan morenos de pelo y rostro, ofreciendo un gran contraste con la niña, de piel pálida con ojos y cabello claro, tirando a rubio.
     La confianza que se iba afianzando con el trato diario, le dio a mi abuela  ganas de preguntar y pudo así satisfacer su curiosidad.
     —No es hija nuestra-, dijo el señor Carpio. Su padre fue un gitano portugués que se había casado con una muchacha paya, rubia y blanca como la leche, de nombre Elena. Se habían conocido en una hacienda de Évora donde la chica trabajaba en el servicio de la casa y él en el campo. Pero tuvieron mala suerte. Elena murió al dar a luz a la pequeña y el marido no pudo resistir el dolor, dejó a la hija con la abuela y se marchó lejos, a Galicia, para olvidar.
      Melquíades, así se llamaba el padre de la niña, pasaba sacos de café desde Portugal a España, atravesando el río Miño, alguien, una noche, avisó a la Guardia Civil y hubo dos muertos. Uno era Melquiades. 
     La niña, Elena, como su madre, vivía con la abuela paterna en Évora. La abuela iba haciéndose mayor y quería encontrar a los familiares payos de su nieta antes de morir. Al enterarse de que nosotros veníamos a trabajar por acá, me pidió, en nombre de la Hermandad Gitana, que la trajésemos con nosotros. 
     La buena mujer estaba mal de salud y no quería que la pequeña se encontrase sola si algo le ocurriese a ella. Nos habló de que su nuera había nacido en San Martín de Trebejo, un pueblo cercano a la comarca donde pensábamos buscar trabajo.
     Mi mujer es de ánimo alegre y dijo que “churumbel más o menos, poco peso…” Creo que le gustó la idea de peinar a una niña, pues ella siempre soñaba, al quedar embarazada, que iba a tener una, y ya ve usted, señora Nati, dijo dirigiéndose a mi abuela, que sólo tenemos varones.
      —Mejor para ustedes, contestó mi abuela. Los niños enseguida arriman el hombro.
      —Tiene usted razón. 
     Mi abuelo escuchaba atentamente sin despegar los labios. Aquella noche, sin decir nada a nadie, ni siquiera a la abuela, tomó la decisión de buscar a la familia de la pequeña Elena.
     Al día siguiente se acercó con su caballo hasta Acebo, el pueblo donde vivían sus hermanos. Les habló de la niña y luego se dirigió al cuartelillo para hablar con el sargento y contarle el caso. Todos le prometieron colaborar en aquella tarea.
     Pasaron varios días. Una noche, cuando ya los pequeños estábamos acostados, llamaron a la puerta. Era la pareja de la Guardia Civil. Y le dieron a los mayores buena información: en la feria de caballos de Coria, en el mes de junio pasado, corrió de boca en boca la historia de aquel matrimonio entre paya y gitano. Así como el trágico desenlace de sus amores. Se dijo también que una hermana de la madre de Elena había buscado a la pequeña en todas las ferias de los alrededores en las que participaban muchos gitanos. Pero no tuvo suerte y nadie supo darle ninguna pista acertada.

     Gracias al alcalde de San Martín de Trebejo, que hizo todo lo posible por averiguar el paradero de la tía de la niña se supo que se había casado y vivía en Sevilla. Las gestiones oportunas dieron buen resultado. Y, al fin, para todos llegó una buena noticia, tras unos días de espera, tía y sobrina iban a encontrarse.
      Cuando al despertarnos al día siguiente, nos advirtieron de la posibilidad de la llegada del familiar de Elena, nos quedamos quietos y mudos. Los niños la querían como a una hermana y la separación les iba a resultar difícil. También a mí, a pesar de que la había conocido pocas semanas antes. El juego nos había unido y aquella noticia, en vez de alegrarnos, la verdad es que nos llenó de pena.
      Pero no siempre las cosas son como se piensan. A la semana siguiente llegó la tía de la niña; era muy parecida a Elena: el mismo pelo, los mismos ojos, el tono blanquísimo de su piel. La emoción del encuentro, y el abrazo y los besos con los que la pequeña era estrechada y querida, hicieron que todos los presentes nos sintiéramos felices. Y, sobre todo, jamás he olvidado las dulces y serenas palabras de mi abuela Natividad:
     —¡Bendito sea Dios!-. Esta es la mejor Navidad que recuerdo.
      Sor Carmen se para, recorre con la vista al grupo, da una palmada fuerte y dice:
     —¡Vaya! Solo os habéis dormido dos. Pero son los años, que pesan mucho, ¿verdad?
     Pues a moverse, a cantar villancicos, como si fuerais niños por las calles del pueblo dándole aire a las castañuelas, a las panderetas, a la zambomba, a la cuchara rascando la botella de anís, a ver si no dejamos dormir al Niño y que nos mire.
     “Campana sobre campana…”




SENTIR DE LA PALABRA
Sección para "Curiosón" de Carmen Arroyo.


5 comentarios:

Froilán De Lózar dijo...

Aunque no es normal en esta bitácora curiosa, ver relatos tan largos, los doce años de trayectoria casi nos lo pedían. Y tú nos has llevado por ese mundo del relato que dominas, al filo de este 2020.
¡Feliz Navidad y próspero año!

Carmen dijo...

Gracias Froilán por esta publicación. La fotografía perfecta. Ellas, lindísimas, como nietas del abuelo. Buen año y que sigas con tantos seguidores en tu blog. Fue estupendo contactar con Carmen garcía Guadilla.
Un abrazo Carmen Arroyo

Carmen dijo...

perdón por la prisa..."García"

Marta Flores Mallo dijo...

Felicitaciones Carmen Arroyo por ser tan talentosa, no en vano tienes tantos éxitos y premios y los que vendrán, gracias por ser como eres, toda bondad y amor..Feliz año.

Carmen dijo...

¡Hola Marta! Ya veo que desde Argentina sigues recordando nuestra amistad de largos años y me alegra. La vida se nos va pero los recuerdos permanecen en ese lugarcito de la memoria que reservamos siempre para las personas que nos quieren o nos quisieron pero que ya no están con nosotros. Pienso que mientras podamos asomarnos a ese espacio íntimo y personal, el mundo seguirá siendo hermoso y es lo que te deseo de corazón. Salúdame a Adriana y para ti mi cariño de siempre. Carmen

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