Los sufragios resultan así distribuidos entre la ciencia, la caridad, el talento, el ingenio, el heroísmo y aún la habilidad para las corridas de caballos. Pero yo encuentro entre esas laureadas una laguna deplorable. Es cualidad sobresaliente de las mujeres la belleza. Este precioso don natural, no obtiene aquí el homenaje que le es debido. Yo hubiera deseado que entre las mujeres célebres por diversos títulos figurase la candidata de la belleza. No quiero decir que las elegidas no hayan recibido este presente de naturaleza, eso no sería ni justo ni galante, pero en fin, ninguna de ellas ha sido elegida porque sea sencillamente muy bella. Es verdad que saludamos en la mujer la inteligencia, la bondad, el valor, toda clase de merecimientos, de virtudes o de dones de un orden intelectual o moral. No obstante, la mujer que tiene la belleza, posee también una superioridad sobre el común de los mortales. Y aún cuando esta belleza no vaya acompañada de los dones del espíritu o del corazón, esto desgraciadamente es bastante frecuente, no por ello la favorecida deja de tener una prodigiosa ventaja sobre sus rivales. Pero he aquí que se trata de un referéndum femenino, y la belleza no puede ya rivalizar con esos méritos intelectuales que las hijas de Eva se reconocerían entre ellas de mejor gana que los dones físicos. Verdad es que sí admitimos el escrutinio los hombres no habrían votado de otra manera. Porque somos menos atenienses de lo que creemos. Si lo fuéramos habríamos levantado estatuas a la más bella. La hubiéramos condecorado, como se condecora a una filántropa, o a una mujer de talento. C.V.