Un rincón de la montaña palentina (I)
Nací en un pequeño pueblo de la montaña palentina, un lugar donde el tiempo parecía detenerse entre las montañas y los valles. Éramos 19 familias viviendo sin agua corriente ni luz pública. Las calles eran de tierra, y la radio y la televisión solo eran sueños lejanos que no necesitábamos. La vida era sencilla, pero llena de sentido.
JOSE LUIS ESTALAYO
DESDE MÉXICO
En invierno, el aislamiento era nuestro compañero. Las nevadas cerraban los caminos y nos obligaban a vivir con lo que teníamos. Mi abuela, siempre previsora, se aseguraba de tener vino en cubas para las largas noches frías. La escuela era un lugar pequeño, con una estufa en el centro que apenas lograba vencer al invierno. Recuerdo los juegos: saltar a la cuerda, la gallina ciega, los zancos, o rodar aros por las calles de tierra. No necesitábamos más para ser felices.
La comida venía de la tierra. Cultivábamos patatas, trigo, cebada, avena y centeno. Las patatas eran especiales: las grandes para comer, las medianas para sembrar, y las pequeñas para los cerdos. Abonábamos los prados con estiércol y los preparábamos para segar, cuidando que las herramientas no se estropearan con piedras o cardos. En verano, el trabajo era duro, pero la recompensa de las cosechas nos hacía olvidar el esfuerzo.
El trigo se trillaba en las eras bajo el sol abrasador. Con el trillo separábamos el grano de la paja, y el viento nos ayudaba a beldar. El grano, protegido en arcas, se convertía en pan en el horno de casa. El olor de ese pan recién hecho aún vive en mi memoria.
El otoño traía otras tareas: recolectar leña, hojas para las ovejas y gamones para los cerdos. La matanza era un evento especial; de ella salían los chorizos, las morcillas y el lomo que nos alimentarían en invierno.
Las migas, con sus chorizos y ajos, eran un banquete que nos unía alrededor de la lumbre. Los inviernos de nieve eran duros, pero llenos de rutina: alimentar a los animales, llevarlos al río, limpiar las cuadras. La lumbre era el corazón del hogar, donde cocinábamos y nos calentábamos mientras la nieve caía fuera.
Un día, mi abuela decidió llevarme fuera del pueblo, a un mundo desconocido para mí. Subimos a un viejo autobús por una carretera serpenteante que nos condujo hasta Cervera de Pisuerga. Fue un choque de mundos: calles asfaltadas, escaparates llenos de cosas que nunca había imaginado, gente que iba y venía con prisa. Todo era fascinante, pero extraño.
Cuando volvimos a nuestro pequeño rincón de montaña, sentí un alivio profundo. Allí, entre las montañas y los campos, estaba mi hogar. Podría ser pequeño y sencillo, pero era un lugar lleno de candor y vida, donde cada día tenía un propósito y cada instante, un valor eterno.
EL VÍDEO
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6 comentarios en el blog:
Qué sencillamente lo has narrado, José Luis, pero qué bonito te ha quedado ese relato de retazos de tu vida en aquel pueblo de nuestra Montaña Palentina cuando chaval; tus vivencias y tu día a día a lo largo de las diferentes estaciones del año. Y ese viaje a Cervera que tanto te sorprendió; pero que al final descubriste que preferías quedarte con tu día a día en tu casa del pueblo. Tu crónica es la que inaugura esta nueva estructura de Curioson, un blog nuestro, de cabecera, a cuyo formato tenderemos que acostumbrarnos a partir de ahora. Saludos.
Buenos días Froilán, me ha encantado y emocionado este artículo y vídeo José Luis Estalayo. Me ha hecho recordar paso a paso lo que fue mi vida hasta que me fui del pueblo.
Buenos días Froilán.
Hoy Curioson lo llena José Luis Estalayo. Trae recuerdos, casi todos vividos por todos de alguna manera. Los de ciudad cuando íbamos al pueblo. Los del pueblo, y más los de montaña, tal como los describe. Vivíamos en paz y convivencia, los mayores intentando olvidar el infierno vivido, los peques jugando todos con todos y respetando a los mayores, obedeciendo o temiendo a la reprimenda. Para nosotros todas las casas estaban abiertas y tanto lo duro como lo alegre formaba parte de la normalidad. Era así la vida, nuestra vida.
Felices días de inicio del año. Un abrazo.
El segundo día de este año nos encontramos con un Curioson cambiado en el que brilla con luz propia la historia de José Luis Estalayo, su vida y milagros para vivir feliz en Tremaya, un rincón de la Montaña Palentina, y nos cuenta un mundo desconocido para quienes no hemos vivido entre nieves y picos. Nos narra relatos de su vida y nos enseña su casa, que no tuvo cerrojos, si lo tuvo su pueblo que se cerraba en invierno cuando nevaba y se aislaba a la espera de que se quitara la nieve. Muy interesante el relato, así como el video con el álbum de su vida e imágenes maravillosas de Tremaya.
Qué belleza la narración, la vida entonces era sencilla, pero plena, sin más ambición que el vivir y sobrevivir y admirar la naturaleza y las tareas diarias por muy duras que estás fueran, y lo eran, no había televisión, ni ordenadores, ni internet, pero ¿por qué aquella época me parece más feliz a pesar de la dureza y las carencias? Ahora vivimos sumergidos en el agobio y las prisas de la vida moderna, esclavizados con los teléfonos, el internet, etc y ni siquiera apreciamos lo que perdimos.
No me queda más que agradecer ese hilo de comentarios que postre, describen la Paz y armonía en que vivíamos en aquellos tiempos. Feliz año 2025 para todos y que esa paz reine en cada cada uno de sus corazones y los de toda la familia.
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