Cuando visité por primera vez el macizo del Mont Blanc, hace de esto ya veintitantos años, publiqué en un periódico de Cantabria un artículo manifestando mi decepción , como montañero y amante del auténtico paisaje, al ver hollada por la mano del hombre la grandiosidad de aquellas montañas; y decía que allí se añoraba y se echaba de menos la virginidad del paisaje español -inmaculado, como todo lo virgen- donde todavía se podían recorrer kilómetros por plena sierra sin más compañía que la del espolique, ni otros contactos humanos que los de los pastores transhumantes.
Este año he vuelto a visitar un paisaje que considero casi mío por lo bien que le conozco y porque le amo con pasión de montañero: el Curavacas, con todo su bellísimo y solitario camino de aproximación, río arriba del Carrión. Hacía mucho tiempo que, por las circunstancias, no había podido realizar mi periódica y anual visita a aquellos lugares y la excursión otoñal de este año fue totalmente satisfactoria. En los días que allí estuve, aguantando fuertes heladas, sol y hasta alguna nevada al coronar la cima, pude comprobar con inmensa alegría que todo sigue lo mismo que hace veinte o treinta años, lo que equivale a decir que probablemente sigue igual que hace trescientos años. Tal afirmación, que parece sinónima de anquilosamiento, es la mejor alabanza, creo yo, que se puede hacer de un paisaje: las encantadoras vegas de Santa Marina, Correcaballos y los Cantos, las Escaleras que ascienden entre cascadas hacia el pozo... Todo está como entonces: deliciosamente bucólico en los valles; sereno y misterioso en el pozo; espectacular y grandioso, obsesionante, en el colosal anfiteatro de la peña.
Conozco bien España y gran parte de sus principales paisajes de montaña, y puedo asegurar que el triángulo que forman los tres grandes, Espigüete, Curavacas y Peña Prieta, es uno de los conjuntos montañeros de mayor atracción para el amante de la naturaleza. Sin embargo parece -no sé lo que tendrá de cierto el rumor- que se proyecta la construcción de una carretera paralela al Carrión, hacia Río Frío. Por eso el SOS angustioso que lanzo a los organismos que puedan tener en cartera el proyecto: Diputación, CIT, etc. ¿Es realmente necesario semejante atentado al paisaje?
Suele afirmarse, con esa facilona y absurda demagogia -táctica muy usada para convencer a los tontos- que la belleza hay que hacerla adsequible a todos; que no tiene por qué ser patrimonio de unos pocos; que también los pobres tienen derecho a disfrutar de la naturaleza... ¡Falaz espejismo! Hay un refrán castellano que, como todos los refranes, es diáfano y gráfico: "el que quiera peces, que se moje el culo". El que quiera disfrutar de esas perspectivas maravillosas, que se eche la mochila a la espalda y que haga kilómetros. Nada más absequible a todas las fortunas. No olvidemos que el paisaje no es patrimonio exclusivo nuestro, sino de las generaciones venideras. Estas también tienen derecho a disfrutar en soledad de aquellas perspectivas sin el estorbo de cercanos motores y sin la repulsiva presencia de plásticos de todos los colores que con profusión adornan las retamas.
Una carretera supone algo más que una cinta más o menos blanca que rompe el equilibro del paisaje: lleva consigo cafeterías o restaurantes, aparcamietos, columnas metálicas, telesillas o teleféricos para aupar a los cómodos a las cumbres... Y, sinceramente, no puedo ni quiero imaginarme la serenidad y la belleza de la laguna del Curavacas con todos esos postizos aditamentos, por muy claros exponentes de civilización que sean.
Confío y espero que tengamos la claridad de visión suficiente para no cegarnos con esos falsos espejismos que no conducen a otra cosa que a la desaparición del paisaje o, por lo menos, a su transformación negativa.
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Luis García Guinea, hermano mayor del historiador Miguel Ángel García Guinea, estudió Derecho en la Universidad de Deusto y ejerció como notario en Cervera de Pisuerga. El artículo fue publicado en la Revista "El Roble", que dirigía en Guardo nuestro colaborador Jaime García Reyero.
IMÁGENES: JOSÉ LUIS ESTALAYO
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