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Mujeres en el penal de Saturrarán (II)

Mujeres en el penal de Saturrarán


"Días y días que se hacen meses... sin noticias. Los gavilanes rapiñan mis misivas. Hay que andar al salto con direcciones fingidas. Hambres, miserias, latrocinios rodean nuestras tristes vidas...



CAPÍTULO II


La vida cotidiana en el penal


(...) Un conjunto revuelto en efervescencia de todas las clases sociales; desde lo más elevado en sentir hasta lo más bajo en denigrar, con amplia escala de intelectualidad y crecido número de analfabetismo; con adolescentes desde los 16 años y respetables abuelas hasta los 80; sin contar la cantidad de inocentes parvulitos (los hijos pequeños de las presas) que, como los mayores, sufren, pobrecillos, las consecuencias de una incomprendida maldad humana. Sujetas a una disciplina férrea, tan férrea en Saturrarán, cuya superiora, sor María Aranzazu -conocida entre nosotras por "la pantera blanca"- sólo satisfacía sus entrañas con castigos glaciales; la más ligera ondulación en la disciplina acarreaba un castigo, que podía llamarse ejemplar. Había que ceñirse, pues, a la disciplina si no se quería ir a parar a los sótanos, lugar de tortura e inundados por el río, siempre que la crueldad lo requería. Testigo experimental fue mi amiga Dolores Valdés (de Mieres, Asturias), que "navegó" milagrosamente durante más de media hora en el agua, que ya le llegaba al estómago, estando encerrada en un calabozo del sótano por haber escrito lo que a la sedición militar se refería y juzgar a la perfección en hermosos versos la imperfección de la religión llevada a la práctica, con actos antihumanos, que con las reclusas las monjas hacían. Y gracias al juez instructor, que se la llevó inmediatamente a San Sebastián, dándose perfecta cuenta de lo que ocurría, con pretexto de juzgarla, pudo así salvar la vida. Penal disciplinario era éste, porque la superiora de las carceleras (eran monjas mercedarias), con sus castigos, así lo hacían; cogida in-fraganti en un gesto cualquiera..., una sonrisa, una simple mirada que la creyeran significativa, era suficiente para privarte de lo que más te dolía; eso si no eras llevada a la celda de castigo por la monja que te cogía; a ella se iba por lo más insignificante, por una seña a la repartidora del agua, o por, simplemente, mirar hacia ella mientras echaba el precioso líquido en el recipiente que de vaso nos servía.

Según lo relata Josefa García Segret en su libro "Abajo las dictaduras"

Próximo capítulo:
Testimonio de Leonor Ruipérez
Imágen:
Llum Quiñonero
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Asturias Republicana

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