Froilán De Lózar

Cuando por norma general el precio de la huída se paga con la muerte, y aún sabiéndolo tanta gente la arriesga cada día, volvemos a hacernos la pregunta mientras un inspector nos muestra ante las cámaras de televisión una hilera de cuerpos amortajados en bolsas de plástico. Ha zozobrado la patera. El futuro es un puñado de cuerpos flotando a la mañana siguiente sobre el agua, en una patria que ha resultado ser la tumba de tantas esperanzas. Lo miramos incrédulos, atontados, como si no formara parte de la historia ese afán de buscar otra orilla bien lejos de nuestra propia tierra, donde sabes que a lo sumo te verán como a un intruso, y como dijo Borges, que aquí todo está dicho: "Un repentino cambio de mar los librará de la ilusión, de la esperanza, de la explotación, del sufrimiento, de la familia, de los sueños, del regreso".

¿Por qué huyen? -nos preguntamos-, sacudidos cada cierto tiempo por la noticia de nuevas muertes. ¿Por qué caminan miles de kilómetros, pagan sobornos a la policía de medio África y se ponen en manos de desalmados para llegar a Europa?. Y la respuesta siempre es la misma: "No tenemos otros horizontes y preferimos perderlo todo." Las familias se sacrifican y reúnen el dinero para que sus hijos salgan de esa miseria y busquen un mundo donde vivir mejor..." "Y queremos disfrutar de esa democracia que desde aquí nos parece maravillosa. Todo Africa es una gran disctadura, y la gente joven quiere libertad, y si nos morimos en el Estrecho, es que Alá lo ha querido así".

En Francia el número de magrebíes indocumentados es mayor. Muchos de los que pasan se dirigen hacia Bélgica, Italia o Alemania. En España hay medio millón, aproximadamente, de los cuales 150.000 carecen de residencia.

Cielo y tierra. No hay más. Acaso un hatillo de ropa que han conseguido salvar de la patera. Ni dinero para pagar sobornos, ni pasaporte, ni esperanza de mejorar la vida, encontrar un trabajo, lo que sea, con la única intención de quedarse amarrados a esta historia, a esta orilla,a esta democracia que a ellos les han pintado desde lejos. He visto su dolor y sus quejas, pero no he leído la palabra injusticia, porque esa parte la vienen asimilando desde que nacen y no les abandonará, como ellos piensan, en estos países de libertad que les han sugerido.

Desde luego, la historia personal de los que lo consigan merecerá la pena.

CRÓNICAS FIN DE SIGLO