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Los habitantes


Recientemente nos dejaba José Luis de Mier, castellano que creció en Barcelona, unos meses después de publicar aquí mismo "Los juristas catalanes". Pero nos queda la obra, que es una prolongación de su quehacer y un cúmulo de recuerdos de su tierra que iremos rescatando en una sección nueva, titulada: "Imágenes para el recuerdo".


José Luis de Mier 
José Damián Simal

Imágenes para el recuerdo (I)

Los habitantes eran esencialmente buenos. Estaban metidos en su trajín diario. No tenían más aspiraciones que sobrevivir. No había impulso alguno que les moviera a romper aquel endiablado círculo de trabajo y dificultades. Pocos salieron del pueblo salvo para ir a las ferias a vender una vaca o a Liébana para comprar un cerdo, o a la mili en el Norte de Africa, de donde volvían cargados de piedras de mechero o de plumas estilográficas que tampoco se podían vender. Las habían comprado en Tánger. Conocidas eran las historias que contaban los que habían ido a la mili y que se repetían de boca en boca.

Algunos vecinos impulsaron el que sus hijos fueran a Colegios de frailes. Estábamos en los años de la posguerra y con abundantes vocaciones religiosas. La realidad es que la inmensa mayoría respondía al interés en salir del pueblo. Los padres llevaban a sus hijos a los colegios de curas a primeros de octubre. Sólo una minoría aprovecho la oportunidad que le daban los estudios. La mayoría volvieron tras uno o dos años y se establecieron en la mina o se fueron a Alemania.

Algunos trataron de hacer fortuna en los pinos. Era ésta, una aventura, la de ir al País Vasco a cortar pinos. Pero el trabajo era muy superior al salario que les daban a cambio. Hubo quien volvió de la ciudad diciendo que había estudiado álgebra. ¿Qué sería eso? Pero a los niños, sólo mencionar la palabra álgebra, nos dejaba extasiados. La mayoría difícilmente sabía leer y escribir correctamente. No conocí analfabetos totales. Otros, muy pocos, eran conscientes de que los hijos debían ser cultos para dejar de una vez por siempre las vacas y sus moñigas. Pero era una minoría.

Ya recuerdo de quien aconsejaba que no debían los jóvenes tener muchas ambiciones y les sentenciaba: “He conocido a un hombre que decía que había comido en los mejores hoteles del mundo pero que a veces tenía tanta hambre que las patatas crudas le habían sabido buenas”. El joven se quedaba con la primera parte de la frase. A este personaje no le podían quitar lo que había disfrutado. El tener que comer patatas crudas alguna vez era lo secundario.

Llegaron en aquel momento las cotizaciones a la Seguridad Social agraria. Era el año 1954. Alguien dijo que aquello no era obligatorio. Que era como cuando se pagaba a Falange. Que él dejó de pagar y no le pasó nada. No distinguía entre ambos pagos. Tal vez nadie se lo había explicado. Terminó cobrando la pensión porque alguien le convenció que debía pagar los cupones de la Seguridad Social agraria.

Rara vez terminaban las diferencias en el juzgado y entre los originarios del pueblo, rarísima vez había agresiones. Los asuntos se resolvían en el Concejo, si eran cuestiones de animales, y sólo si eran de propiedades, en el Juzgado. Eran temas menores, como un deslinde, que el vecino destruía por la noche la pared que otro había levantado por el día, la ocupación con aperos de labranza de un terreno que se pretendía ser propio o las vacas que se habían metido en una tierra o prado, comiéndose parte de la cosecha.

No hubo límite en la emigración entre 1950 y 1965. Desaparecieron del pueblo familias enteras, aunque tuvieran hasta seis u ocho miembros. Todos emigraron a los más diversos lugares: Alemania, Argentina, y todo el territorio nacional, en especial Madrid, Valladolid, Bilbao y Barcelona. Allí quedaron las casas que, en su mayoría, terminaron hundiéndose por el abandono o por no dividirse la herencia y adjudicarse a un hermano en concreto. El tiempo y los arbustos han ido cubriendo las ruinas y sólo el catastro define hoy los lindes de las mismas. También parte de las fincas rústicas han terminado cubiertas de arbustos en los que también el catastro es el único que orienta en cuanto a los límites de propiedades.

DL B-35.562/2008
@Escenas de la vida rural. Oleo de Simal para este libro “Imágenes para el recuerdo”

(Edición personal y limitada)

Otras entradas en este blog de José Luis de Mier
Los juristas catalanes

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