Los Reyes Magos que no llegaban nunca
Escenas de la vida rural. Oleo de Simal para el libro, “Imágenes para el recuerdo”, edición personal de ambos autores.
José Luis de Mier
José Damián Simal
Imágenes para el recuerdo (IV)
Era la Navidad, el momento en que los padrinos nos daban el aguinaldo de naranjas, higos, castañas y nueces. No había juguetes. Los Reyes Magos, habitualmente, se caían al pantano, decían los padres. Y no llegaban. O tal vez había mucha nieve y los camellos no habían podido avanzar. Nunca llegaban. Días más tarde nos traían alguna peonza o algún portalápices que habían dejado los Reyes en casa de nuestras lejanas madrinas. Pero nada más. Los días de la Navidad se consumían leyendo el periódico, los libros de historias, tal vez, alguno religioso, los libros de costumbres de Pereda u otros semejantes. Pero había que leer. Inevitablemente en las noches, había que leer. Se jugaba a las cartas, al tute, a la brisca, a todo aquello que las cartas, el parchís o las damas permitían…
Vuelta a empezar
Cuando terminaban las vacaciones de Navidad, los que estudiaban volvían a la ciudad, a los pueblos importantes y nosotros esperábamos que retornara la maestra que nos volvería a contar historias que hubiera oído ella en sus Navidades. Nos contaba que era de un pueblo de la estepa castellana, en la que no había agua. La fuente la tenían a varios kilómetros del pueblo. ¿Cómo era posible, si en el nuestro todo era agua? En invierno era la nieve, en primavera el deshielo, en verano las tormentas y en otoño las lluvias antes de las nieves. ¿Cómo era posible que hubiera pueblos sin agua? Además, para allá enviábamos nosotros el agua con el río Pisuerga.
El peso de la nieve que hundía los tejados
De vez en cuando, por el peso de la nieve, alguna viga de madera, en alguna casa , en algún pajar, en alguna hornera, se rompía y había que apuntalarla para que no se hundiera con ella todo el tejado. En la primavera se iba al monte a cortar un árbol o aprovechar alguno caído para reponer la viga rota. En el invierno se daba de comer dos veces a los animales y se les soltaba a medio día para que bebieran en el río o en los pilones. Se limpiaban cada día las cuadras. Alguien, no recuerdo quién- destruyó un hermoso abrevadero que había en el pueblo. Era de piedra labrada y fue sustituído por uno de cemento. Debió descansar cuando terminó. Ni siquiera la fuente en piedra de sillería quedó en pie.
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