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El demonio

(III. 9.) SIMBOLOGÍA TERAMÓRFICA.



Antecedentes históricos :

Antes del cristianismo, ya circulaban entre los hebreos relatos apócrifos sobre la caída de los ángeles.
Es la historia de Lucifer, según los Libros de Enoch y del arameo Targum, de donde, a la postre, la tradición cristiana tomaría la creencia sobre el origen del diablo. Será, sin embargo, el neoplatonismo quien aporte las claves fundamentales sobre la naturaleza y creencia de los “ daimones ” o demonios (hábil, conocedor) y de los ángeles guardianes. Dios envió a sus ángeles para la tutela y cuidado de la especie humana que había empezado a aumentar. Les ordenó, no obstante, que no perdieran su dignidad manchándose con el contagio de lo terrenal. Es decir, les prohibió lo que sabía que iban a hacer, resurgiendo el mito de la prohibición edénica del Árbol de la Ciencia.
En el Capítulo VI del Génesis, se cuenta que los hijos de Dios, desobedeciendo el mandato, se unieron a las hijas de los hombres y que esto fue la causa de que Dios decretara que la duración de la vida humana no pudiera sobrepasar del máximo de ciento veinte años, evitando así que, como hijos de ángeles, fuesen inmortales. Estos hijos de Dios fueron enviados a la tierra capitaneados por Azael y Shemhazai a enseñar a los hombres, pero al revestirse de carne, se impregnaron de sus pasiones y perdieron las alas. Son los Nefilim o “Caídos” a los que Rafael y Miguel hubieron de encerrar en una cueva por sesenta generaciones, tras regresar al cielo por la escalera de Jacob.


Los descendientes de estos ángeles caídos, no gozan de la naturaleza ni de ángeles ni de demonios, sino de una naturaleza intermedia. De ahí que existiera la creencia de dos tipos de demonios: uno celeste y otro terreno, espíritus inmundos, cuyo jefe es Lucifer, autores de todas las maldades que ocurren en la tierra.

El diablo en la teológica erudita.

Es Agustín de Hipona en sus De divinatione daemonun (406-411) quien por primera vez trata de la naturaleza y el origen del poder de los demonios. Para él, estaban formados por un cuerpo etéreo, intermedio entre lo material y lo espiritual y, pese a no tener poder de crear, tenían una sabiduría que les hacía tener capacidad de engaño muy superior a la de los humanos, pues no en vano poseían una larga experiencia acumulada desde los tiempos de la Creación.


Estas nociones continuaron durante la Edad Media , y muchos pensadores como Clímaco o Psellos, afirmaban que los ángeles caídos perdieron su esencia angélica y distinguieron entre diferentes clases según habitaran el éter, el aire, la tierra, el agua o los infiernos subterráneos, estableciendo así una jerarquía basada en la inteligencia y en cuya cúspide del rango se encontrarían los demonios del éter; clasificación ésta que sería seguida por Guazzo en su obra Compendium malificarum (1068).

El diablo en la cultura popular.

Frente a los debates teológicos y academicistas de los eruditos, el pueblo no identificó al demonio, originariamente, con la idea del mal. En la cultura popular, el diablo es, casi siempre, una criatura ambivalente en el plano moral que incluso puede ayudar a aquellos que saben cómo manejarlo. No obstante, es cierto que en la cultura popular mediterránea, debido quizá a la identificación de éstos con las deidades paganas, siempre aparecen en el papel de adversario, mientras que en la cultura nórdica o central, limitan su papel al de cualquier criatura fantástica (ogro, duende o hada).
En los ritos cómicos de las fiestas carnavalescas del medievo (fiesta de los locos, del burro, etc), los “diablos” estaban autorizados a circular libremente por las calles, con lo que se propiciaba la concepción victoriosa sobre el terror moral, el miedo moral que encadenaba al pueblo y oscurecía la conciencia del hombre del vulgo a las prohibiciones autoritarias y, en definitiva, a los castigos de ultratumba e infernales; es decir al miedo por algo más terrible que lo puramente terrenal.


Sus notas características serán las pezuñas, los cuernos, alas de murciélago y el rabo acabado en punta de flecha. A veces las extremidades están deformadas para representar el impacto de su “caída”, y su color será rojo o muy oscuro ya que suele vivir en lugares agrestes o ruinas.
La hagiografía medieval, contribuirá a la presentación ridícula de su figura entre la cultura medieval, pues tanto la literatura didáctica como la iconografía medieval reflejarían episodios en los que el santo en cuestión sometía al diablo a actos serviles.
Su representación en la pintura y en el imaginario colectivo medieval, goza también de la característica de ambivalencia. A veces aparecerá bajo forma humana, otras en forma de animal y, más a menudo, como una combinación de ambas.



Sección para "Curiosón" del grupo "Salud y Románico".

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