( IV. 11). SIMBOLOGÍA ZOOMÓRFICA.

Del latín "tartarus" o inframundo, su representación permanece oculta hasta en la simbología románica, pues son escasas sus manifestaciones en nuestro país ( Siones, Tuesta, San Vicente de la Barquera, ésta de la portada en Villamoñico y pocas más). Y sin embargo, abarca la totalidad el cosmos, pues la parte superior de su caparazón es la bóveda celeste y su parte inferior, aplanada, la tierra.

Su porte decoroso y andar pausado, transmiten Solidez, Continuidad y Prudencia mientras su longevidad es símbolo de Sabiduría. Los ritmos subyacentes bajo la naturaleza musical del universo son obra de la tortuga, pues no en vano el dios Hermes fabricó la primera lira con su caparazón, que regaló a Apolo.

Fue asociada con las aguas primordiales, la luna y el norte, destacando lo terrestre o telúrico y las fases lunares. Para Plutarco, era símbolo de la casa.

Esconde la cabeza y patas con rapidez cuando presiente peligro, y su silencio y discreción destacan la virtud del prudente que se concentra y medita.

Los Santos Padres de la iglesia judeo-cristiana, sin embargo, repararon en su escasa rapidez y su masa corporal pegada a la tierra, contraria a la levedad para ascender a las moradas divinas, lo que unido al hecho de que en la antigüedad mitológica estuviera asociada a Afrodita y al dios Pan por la forma de su cabeza semejante al falo, la consideraron emblema de bajeza moral y lujuria lo que redujo su inclusión en la iconografía románica.

Su imagen fue rescatada por el pensamiento alquímico para quien la tortuga es materia prima a la que las cosas del espíritu deben estar vinculadas si van a encarnarse, pues en épocas de oscuridad dentro de su caparazón permanecen latentes el Crecimiento, la Creatividad y la Esperanza.





Para el modernismo, sirvió de feroz crítica a determinados servicios públicos como el de correos, que lejos de comportarse como veloz golondrina mensajera, lo hacía como tortuga.

Sección para "Curiosón" del grupo "Salud y Románico".