Hay personas que se entregan a esta y a otras causas sin pensarlo dos veces, que ponen lo que tienen para ayudar a los demás, y tiro a propósito de ese hilo en otra próxima entrega, pero me sorprende la ceguera de quienes lo han percibido como un juego. No sé lo que dirán mañana los sociólogos. Hemos visto y, quiero decirlo, mucha indiferencia ante la catástrofe, ante la muerte de miles de personas. Como si formara parte de otra historia que ni nos afecta ni nos interesa. Gente corriendo hacia su segunda vivienda; gente insultando a dependientes de supermercados o a personas que estaban en el centro del campo de batalla, porque alguien tenía que servirnos la comida o atendernos en residencias y hospitales. Gente que no ha renunciado a su botellón o a su recreo pese a la lista de muertos que iba llegando cada día a los medios de comunicación. Insensibles al dolor ajeno, porque no vamos mucho más allá de nuestro beneficio, de nuestro bienestar, de nuestro agigantado ego. Hasta la muerte nos parecía un hecho lejano por nuestra juventud, por nuestra aparente robustez; porque, casualmente, no llamó a nuestra puerta. 

Hemos tenido suerte. No era nuestro momento, porque las guerras ahora son diferentes. Pero no estamos preparados. Nadie se salva cuando llega el momento y la niebla, tarde o temprano, nos alcanza a todos.