División en Provincias (I)
Para la división de la Península por las montañas, los ríos y el clima, puede, desde luego, sentarse un principio fijo, pues está basado en las leyes inmutables de la naturaleza. No así para la artificial y política en reinos y provincias, que es obra del capricho, con total ausencia de plan.
Richard Ford, 1846
Los franceses, durante su gobierno intruso, se horrorizaban ante este «caos administrativo», esta aparente irregularidad, e introdujeron su sistema de departamentos, mediante el cual las regiones fueron encasilladas hábilmente y el país arreglado como si fuese un tablero de ajedrez y los españoles los peones, cosa que no es ciertamente este pueblo de los caballeros por excelencia, como ellos se titulan; ni tampoco en este paraíso de la iglesia militante se pueden calcular con visos de certeza los pasos de cada obispo o caballero, pues rara vez acostumbran a volver mañana por el camino que anduvieron ayer.
En consecuencia, y aparte lo especioso de la teoría, se vio que no era cosa fácil llevar a la práctica la idea de la división en departamentos: la individualidad se río de la solemne falta de sentido de los pedantes intrusos que querían clasificar a los hombres como los helechos y los mariscos. El fracaso de esta tentativa de reformar antiguas demarcaciones y reunir poblaciones antitéticas, fue total y completo. Por lo tanto, apenas el duque hubo limpiado la Península de doctrinarios e invasores, ya el León de Castilla había sacudido sus papeles de sus melenas, y, al igual que los italianos, en quienes se hizo el mismo ensayo, vuelto a su antigua división, la cual, si bien defectuosa en teoría y fea y molesta en el mapa, es lo considerado más práctico por la costumbre.
Recientemente, y a despecho de esta experiencia, una de las muchas innovaciones, reformas y molestias transpirenaicas, la Península se ha dividido nuevamente en cuarenta y nueve provincias, en vez de los antiguos trece reinos, principados y señoríos; pero ha de transcurrir mucho tiempo antes de que pueda borrarse el hábito de esta división, que nació con el desarrollo de la monarquía y está grabado en la memoria del pueblo.
Los aficionados a detalles estadísticos deben consultar las obras de Pérez Antillón y otros, considerados por los españoles como autoridades en estas dilatadas materias, más propias para ser tratadas en un anuario o un manual que para volúmenes como éste de lectura menos grave; y, seguramente, las páginas de los respetables españoles arriba nombrados son más pesadas que las carreteras de Castilla, donde no se encuentra un arroyuelo, el alegre compañero que refresca el polvoriento camino, ni se ve una flor por casualidad, ni se oye el canto de un pájaro: «secas como las migajas de las galletas después del viaje».
Richard Ford
Hispanista ingles (Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España
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