División en Provincias (VI)
De todos modos, España está hasta el cuello de deudas y es irremediablemente insolvente. Y, sin embargo, si se tiene en cuenta la fertilidad de su suelo, sus magníficas posesiones en el país y fuera de él, la frugalidad de sus habitantes, pocos países hallarían menos motivos de preocupación; pero el cielo le ha concedido todas las bendiciones, menos un Gobierno bueno y honrado.
Richard Ford, 1846
Palacio de la Bolsa de Madrid, De Luis García, commons.wikimedia
Cuando un extranjero se asome a la banca de Madrid hará bien en no mostrar curiosidad por ver la oficina de pagos de dividendos, para no herir susceptibilidades. Sea el que quiera el fin que nuestro lector persiga en la Península, debe: «Neither a borrower nor lender be, for loan oft loseth both itself and friend [5]».
Hay que guardarse del comercio español, pues a despecho de los documentos oficiales y los laberintos aritméticos que, tan intrincados como un arabesco, son muy bonitos en el papel, pero ininteligibles, a pesar de las ingeniosas conversiones, fondos públicos, cupones -activo, pasivo y otros antipáticos términos y tiempos, excepto el presente-, la inseguridad es siempre la misma y ésta es la piedra de toque, desde el momento en que el crédito nacional depende de la buena fe y del exceso de ingresos; ¿cómo puede un país pagar intereses por una deuda cuyas rentas ni antes ni ahora han sido suficientes para las necesidades del gobierno? No es posible sacar sangre de una piedra; ex nihilo nihil fit.
La memoria de Mr. Macgregor sobre España, una exposición exacta de ignorancia comercial, negligencia en los tratados y contratos, describe sus seguridades públicas, pasadas y presentes. Ciertamente tienen nombres y títulos muy rimbombantes: Juros, Bonos, Vales reales, Títulos, etc., etc., mucho más regios, grandes y poéticos que nuestros prosaicos Consols; pero ningún juramento puede dar valor efectivo a un papel inútil y desprestigiado. Según algunos financieros, la deuda de España antes de 1808 ascendía a 83.763.966 libras esterlinas, que de entonces acá han llegado a la cifra de 279.083.089 en números redondos.
Es posible que haya exageración en esto, por que el Gobierno no facilita dato alguno de sus especulaciones y manejos. Según Mr. Henderson, 78.649.675 libras de esta deuda se deben a ingleses exclusivamente, y les deseamos que no encuentren dificultades cuando vayan a Madrid. En tiempos de Jaime I, Mr. Howell fue enviado con un encargo parecido, y cuando volvió, «el montón de quejas sin satisfacción era más alto que él mismo». De todos modos, España está hasta el cuello de deudas y es irremediablemente insolvente. Y, sin embargo, si se tiene en cuenta la fertilidad de su suelo, sus magníficas posesiones en el país y fuera de él, la frugalidad de sus habitantes, pocos países hallarían menos motivos de preocupación; pero el cielo le ha concedido todas las bendiciones, menos un Gobierno bueno y honrado. Suele el Gobierno ser, o fanfarrón o cobarde; satisfacción en veinticuatro horas, a lo Bresson, o una escuadra en línea de batalla frente a Málaga «receta de Cromwell», son los únicos argumentos que comprenden estos medio moros; las palabras conciliadoras son consideradas como debilidad; en un momento se puede obtener de su miedo lo que nunca se lograría de su sentimiento de justicia.
Hay que guardarse del comercio español, pues a despecho de los documentos oficiales y los laberintos aritméticos que, tan intrincados como un arabesco, son muy bonitos en el papel, pero ininteligibles, a pesar de las ingeniosas conversiones, fondos públicos, cupones -activo, pasivo y otros antipáticos términos y tiempos, excepto el presente-, la inseguridad es siempre la misma y ésta es la piedra de toque, desde el momento en que el crédito nacional depende de la buena fe y del exceso de ingresos; ¿cómo puede un país pagar intereses por una deuda cuyas rentas ni antes ni ahora han sido suficientes para las necesidades del gobierno? No es posible sacar sangre de una piedra; ex nihilo nihil fit.
La memoria de Mr. Macgregor sobre España, una exposición exacta de ignorancia comercial, negligencia en los tratados y contratos, describe sus seguridades públicas, pasadas y presentes. Ciertamente tienen nombres y títulos muy rimbombantes: Juros, Bonos, Vales reales, Títulos, etc., etc., mucho más regios, grandes y poéticos que nuestros prosaicos Consols; pero ningún juramento puede dar valor efectivo a un papel inútil y desprestigiado. Según algunos financieros, la deuda de España antes de 1808 ascendía a 83.763.966 libras esterlinas, que de entonces acá han llegado a la cifra de 279.083.089 en números redondos.
Es posible que haya exageración en esto, por que el Gobierno no facilita dato alguno de sus especulaciones y manejos. Según Mr. Henderson, 78.649.675 libras de esta deuda se deben a ingleses exclusivamente, y les deseamos que no encuentren dificultades cuando vayan a Madrid. En tiempos de Jaime I, Mr. Howell fue enviado con un encargo parecido, y cuando volvió, «el montón de quejas sin satisfacción era más alto que él mismo». De todos modos, España está hasta el cuello de deudas y es irremediablemente insolvente. Y, sin embargo, si se tiene en cuenta la fertilidad de su suelo, sus magníficas posesiones en el país y fuera de él, la frugalidad de sus habitantes, pocos países hallarían menos motivos de preocupación; pero el cielo le ha concedido todas las bendiciones, menos un Gobierno bueno y honrado. Suele el Gobierno ser, o fanfarrón o cobarde; satisfacción en veinticuatro horas, a lo Bresson, o una escuadra en línea de batalla frente a Málaga «receta de Cromwell», son los únicos argumentos que comprenden estos medio moros; las palabras conciliadoras son consideradas como debilidad; en un momento se puede obtener de su miedo lo que nunca se lograría de su sentimiento de justicia.
Richard Ford
Hispanista ingles (Londres, 21 de abril de 1796-Exeter, 31 de agosto de 1858)
1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España
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2 comentarios en el blog:
Creo que si Richard Ford se pasará por aquí hoy día, tendría la misma opinión, o peor, hay cosas en las que España no ha cambiado desde siglos atrás, un país con multitud de riquezas pero con pésimos gobernantes, me refiero a eso, claro está.
Creo que si tenemos pésimos gobernantes es porque somos pésimos ciudadanos.
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