El Correo en España (I)

«En España se introdujo un sistema de posta para el despacho de las cartas y la distribución de correos en tiempo de Juana y Felipe, o sea, casi al final del reinado de nuestro Enrique VII, siendo así que en Inglaterra apenas se había establecido servicio semejante hasta el gobierno de Cromwell. España, que en esto, como en muchas otras cosas, estuvo un tiempo a la cabeza, ahora se ve obligada a copiar las novedades de aquellas mismas naciones a las que instruyera antes, como ocurre con los viajes en coches públicos o particulares..»



Richard Ford
Hispanista inglés 

(Londres, 21 de abr de 1796/Exeter, 31 de ago de 1858)

1844 Manual para viajeros por España
1846 Cosas de España




CAPÍTULO I 

Richard Ford, 1846


El correo está organizado como en la mayoría de los países del continente; la distribución suele ser regular, pero no diaria: sólo dos o tres veces por semana. Las autoridades tienen pocos escrúpulos en abrir cartas privadas cuando las consideran sospechosas. Será conveniente que el viajero, por lo tanto, se abstenga de manifestar por escrito sus opiniones acerca de los Poderes públicos. Los españoles han sufrido muchas perturbaciones; las guerras civiles les han hecho desconfiados y muy cautos en su correspondencia por aquello de que cartas cantan. Se sufren las molestias usuales en el continente para obtener caballos de posta, por ser su monopolio del Gobierno. Hay que llevar un pasaporte, una orden oficial o un salvoconducto, etc., y además someterse a una porción de reglas según el número de pasajeros, caballos, equipaje, clase de carruaje, etcétera, etc. Estas y otras mil trabas y dificultades parecen ser obra de la burocracia, que trata por todos los medios de que se viaje lo menos posible. Los caballos de posta y las mulas se pagan a razón de siete reales por jornada. Los postillones españoles, especialmente si se les paga bien, conducen a paso muy vivo, muchas veces al galope, y no se detienen fácilmente, ni aun cuando lo desee el viajero; parece que no alientan otro afán que llegar pronto a su destino, para gozar de la delicia de no hacer nada, y, para conseguirlo, atropellan por todo. Cuando, por fin, el ganado arranca, el pasajero se siente lo mismo que una lata atada a la cola de un perro rabioso o a una cometa. Los animales feroces no se ocupan de él más que si fuese Mazeppa; así es que el dinero hace andar a la yegua y a su conductor, y éste es un medio tan seguro en España como en cualquier otro país.

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