Una fiebre constructora invade Europa y asistiremos a una unidad del arte personificado en la arquitectura románica. Esta unidad artística no se va a producir por estabilidad religiosa de Europa sino por toda una serie de situaciones y acontecimientos que llevan a la sociedad a querer plasmar su cambio y dejar huella de su historia. Con la llegada del siglo XI, el Occidente Medieval se vio introducido en un proceso de expansión económica que reportó importantes cambios a la civilización europea. El crecimiento demográfico, los avances en el campo de la agricultura, el auge del comercio, el renacer de la vida urbana y una profunda renovación no solo espiritual sino también cultural, se dejaron sentir profundamente en las artes. La iglesia, presente en todos los planos de la vida cotidiana del hombre medieval, supo adaptarse a estas nuevas circunstancias, llevando a cabo una renovación que trajo consigo un impulso constructivo nunca antes visto. La incorporación de avances técnicos en la agricultura llevó a una mejora que provocó la aparición de un excedente de mano de obra que pudo dedicarse a otras tareas, como aquellas vinculadas a la construcción. Esta fiebre constructiva es para Jacques Le Goff “no solo un acicate económico, sino la principal y casi única industria de época medieval.”