Una segunda oportunidad
Cuántas veces Mónica, tras “asistir” a través de la radio, su compañera de tantas y tantas horas, al relato de algún suceso de execrable violencia doméstica hacia las personas de su mismo género, que finalizaba con un fatal desenlace, acababa marcada por la tristeza y pensando para sus adentros que si la vida nos otorgase en esos casos una segunda oportunidad, para poder volver sobre nuestros pasos y encarar la situación con otros argumentos diferentes (y se colocaba ella como parte del suceso, sin que en su propio entorno se pudiese atisbar nada por el estilo), el resultado final se alejaría muchas veces en gran medida del que en realidad fue. En su caso, andando el tiempo, ¡quién lo iba a decir entonces!, el desenlace en una situación así fue totalmente inesperado y sí tuvo acomodo esa segunda oportunidad. ¡Vaya si la tuvo…!. Ella misma lo contaría luego en la radio de su ciudad, en una especie de carta que salió de su puño y letra quizás un poco como desahogo y un mucho como descanso. La carta decía así:
Francisca González del Castillo |
“En nuestras vidas todo iba a las mil maravillas. Nuestra situación familiar era perfecta, ¡tú lo sabes!. Sólo contábamos los tres: tú, yo y nuestro hijo Daniel; pero nos bastaba. Cada tarde, Daniel y yo esperábamos juntos tu regreso a tu hogar, dulce hogar, tras tu salida del trabajo. Así pasaron bastantes años. ¡Y, éramos tan felices los tres...! Pero, de pronto un buen día, tu excesiva tardanza a la hora de regresar a casa fue manifiesta y significó la voz de alarma. Tú me hablabas luego, en tu descargo supongo, del trabajo a turnos, del exceso de pedidos en la fábrica, de aprovechar los tiempos de abundancia y de otras cosas por el estilo... Y así fue durante algún tiempo, siempre con disculpas mil y apareciendo al final en la puerta de casa en unas circunstancias personales que me advertían bastante a las claras de que, tus tan cacareadas horas extras, habían transcurrido en realidad en otro lugar harto distinto y no con una simple y solitaria copa, como tú me querías hacer ver en tu preclara inconsciencia. La defenestración de nuestro amor del pasado fue radical. En balde fueron todos mis reiterados intentos de diálogo, con argumentos que, te recuerdo, iban desde algún posible problema en el trabajo, hasta que pensaras un poco en nuestro hijo en común y todo lo que él estaba presenciando día a día… Y fue cuando te recriminaba esto último, cuando aprecié ya un cierto grado de violencia hacia mí en tus palabras. Nuestro hijo se encerraba asustado en su cuarto cuando te sentía llegar si no estaba yo. Porque, de un tiempo a aquella parte, yo había tenido que buscar un trabajo de urgencia para que, en lo que era todavía nuestro hogar, no faltase lo más elemental. Luego, cuando nuestro hijo percibía que yo estaba ya en la casa, salía de su habitación y se colocaba a mi lado. Los dos juntos intentábamos hacernos con la situación, hacernos fuertes y tratar de poner un poco de orden en aquel caos imposible en el que se habían convertido nuestras vidas. Porque habían sido muchos los intentos –infructuosos a todas luces- por dialogar contigo y tratar de afrontar el problema con algún profesional. Como no podía ser por menos, he de decirte ahora que, en vista de los acontecimientos y pensando principalmente en nuestro hijo, él y yo juntos habíamos dado ya los primeros pasos para intentar salir de aquel terrible infierno en el que vivíamos; porque eso eran ya nuestras vidas. Y a punto estábamos de conseguirlo cuando, aquella noche que aún tengo grabada a fuego en mi retina, apareciste de pronto en el umbral del salón con tu habitual facha de los últimos tiempos y farfullando no sé qué frases de ininteligible contenido, en las que, eso sí, la palabra “abandono” sí creí adivinarla. Y, lo que es más grave, empuñando un arma, una pistola que dirigiste de pronto contra mí sin mediar más palabras. Nuestro hijo Daniel corrió junto a mí precipitadamente y se colocó justo delante, entre tú y yo; pero yo lo separé de inmediato. Mientras, tú continuaste con los gritos y las amenazas durante unos cuantos minutos más, en los que la tragedia se mascaba de manera irreversible. Y, de pronto, tras un silencio demasiado largo, accionaste repetidamente el gatillo del arma, pensando para mí que allí había llegado el final para nosotros. Pero, para nuestra fortuna, el arma jamás te obedeció, se encasquilló providencialmente. Ante lo cual, Daniel y yo nos precipitamos sobre ti y conseguimos hacernos con la pistola; porque hasta te faltaban ya los reflejos y la fuerza de la que siempre habías presumido ante tus amigotes. Con lo puesto prácticamente, porque la situación así lo exigía, huimos a toda velocidad sin ningún rumbo marcado y sin ni siquiera mirar hacia atrás... Con posterioridad, una vez conseguida ya una cierta tranquilidad, vendría la correspondiente denuncia. La vida, en esta ocasión sí, nos había otorgado, muy generosa ella, una segunda oportunidad, que Daniel y yo estábamos dispuestos a aprovechar. Con esta carta que, sin embargo, nunca recibirás, aunque el mensaje seguro te llegará por si intentas recomponer de facto tu situación en la vida; con esta carta, repito, quiero hacer en mi vida, borrón y cuenta nueva; sin ningún lazo que me una a ti, salvo este hijo que tuvimos en común. ¿Lo recuerdas todavía?”.
Bastante tiempo después y con su vida ya encarrilada de nuevo, revolviendo aquel día entre sus cosas, el azar quiso que Mónica se topase con esta carta entre un montón de papeles perfectamente ordenados. Muchos de aquellos recuerdos del pasado: los buenos, los menos buenos y los malos también, le acudían ahora raudos al presente, al tiempo que releía aquellas líneas que el tiempo no había conseguido borrar, ni tan siquiera en el papel.
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4 comentarios en el blog:
Que duro, que triste, pero fue para bien...
Hoy tu relato Javier es de novela negra, de película que refleja la tragedia cuando se resiente la convivencia por culpa de maltrato de una parte de la pareja, de lo que se ha dado en llamar “violencia doméstica”, que se manifiesta en ambos sexos, pero parece que tiene más eco y transcendencia cuando afecta a la mujer. La violencia irrumpe en el hogar tras el rechazo al dialogo y de afrontar la situación por parte de quien se volvió tan violento que fue capaz de empuñar un arma, con el deseo de acabar con la vida de su mujer, y tal vez la de su hijo, menos mal que “el tiro le salió por la culata”, y la vida le concedió a Mónica una segunda oportunidad.
Buenos días Javier:
Un relato digno de participar en un concurso de cuentos.
Muchas gracias, amigos, por vuestros comentarios. Sí, la verdad que el texto es muy diferente a mis otros relatos. Lo tenía por aquí y se me ha ocurrido sacarlo. Pues, como dice Antonio, a algún concurso de cuentos lo he enviado, pero sin resultado positivo. El asunto que trata es un tanto duro, lo reconozco. Saludos.
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