Historias y estampas del ayer
Lo más importante, posiblemente, que ocurría en el pueblo cuando chaval, es que en aquel entonces éramos muchos los chavales que había en el pueblo y, por ello, se sentía la vida alrededor. Por lo que no había momento del día casi –salvo cuando estábamos en la escuela- en el que las calles no estuviesen ocupadas por algunos de nosotros, que íbamos siempre corriendo y trotando de acá para allá, concentrados en el desarrollo efectivo de nuestros juegos, y alegres y risueños por demás; como expresando a todas luces que en aquel entonces éramos completamente felices.
Cucañas en San Salvador de Cantamuga | Año 1980 |
Ejecutando unos u otros juegos dependiendo un poco del tiempo del calendario y otro poco de la moda del momento o de la ocurrencia de alguien que hiciera que predominase más en uno u otro sentido éste o aquel juego. Eso sí, si el grupo se decidía por un determinado juego, poco a poco cada día íbamos apareciendo cada uno de nosotros con el instrumento o el útil necesario para el juego: la peonza, el pincho de madera, la cuerda, la chapa o el platillo, los cromos, etc., etc.
Y claro, en todos nuestros juegos tenía una importancia primordial el fútbol. Por lo que dedicar un tiempo razonable cada día a la práctica de este deporte en una de las eras centrales del pueblo, era algo de obligado cumplimiento. Dependiendo en ocasiones, eso sí, de la buena disposición que tuviese en un determinado momento el que era el propietario del balón, de si le soltaba o no cuando al resto nos apetecía jugar un partido de fútbol.
Los días se nos hacían siempre excesivamente cortos para tantas actividades como queríamos realizar a lo largo de sus horas. Y andar siempre de acá para allá, ocupados en decenas de juegos de diferentes características, era nuestra máxima diaria; por lo que tan pronto se nos podía ver en una zona del pueblo, como al minuto siguiente haber desaparecido de ella para poder desarrollar nuestro siguiente juego en la parte opuesta del mismo. Y así sucesivamente a lo largo de la jornada. Porque éramos completamente libres en nuestras andanzas y correrías por el pueblo. Aunque no por ello, no es que no estuviésemos atentos también a lo que de novedad ocurría en sus calles. Por ejemplo, de si llegaba algún vehículo – tipo coche, camión, motocicleta- que no fuese de allí; por lo que, de inmediato, nos picaba la curiosidad y corríamos detrás de él para saber dónde se detenía y cuál era el motivo que le traía hasta allí. Igual que pasaba con los vehículos ya habituales, los que suministraban al pueblo el pan, la carne, el pescado o la fruta. Convirtiéndonos a veces, ya que pasábamos por allí, en verdaderos pregoneros de la mercancía para los vecinos al ir anunciando en voz alta calle por calle la llegada de tal o cual proveedor.
En este sentido y en este orden de cosas, siempre nos sorprendía a los chavales la llegada al pueblo con una cierta regularidad de una furgoneta repleta de productos de alimentación que podían formar la cesta de la compra de aquel entonces; así como portadora también en su interior de otra serie de utensilios o útiles para la casa de diaria necesidad. Y que, al comprobar cómo la furgoneta portaba en su interior todo lo más imprescindible que las familias podían necesitar para el día a día, convinimos en bautizar al propietario de la misma como “el Arca de Noé”. Porque llevaba consigo un poco de todo lo que te pudieses imaginar en aquel entonces. Y es que cualquier cosa que se le pidiese, allí aparecía con ella frente a la gente después de revolver algunos instantes en el interior de la furgoneta. Por lo que con ese cariñoso apodo se quedaría para el resto del tiempo.
Otra de las personas curiosas que habitualmente llegaba al pueblo con una cierta asiduidad, era el “afilador”. Y la verdad que, en este caso, los chavales no le profesábamos especial cariño; e incluso nos podía llegar a producir un cierto miedo por momentos. Su aspecto físico era ya un tanto extravagante, mostrando también por su parte muy poca empatía para con nosotros, y hasta un mal genio, unido a su potente voz, que nos asustaba a veces. Si a todo ello le unimos que el artilugio con el que se hacía acompañar para ejercer su profesión de afilador resultaba ya un tanto extraño de entrada, y que cuando lo ponía en funcionamiento y se encontraba en plena faena, hasta las chispas que saltaban al exterior por la fricción del utensilio a afilar con la piedra, nos producían un cierto rechazo a su figura. Momento en el que su voz retumbaba con más fuerza si cabe al indicarnos, enfadado, que nos alejásemos de allí para que las chispas no nos alcanzasen. Y claro, el hecho de que siempre apareciese pertrechado de un gran paraguas negro entre sus pertenencias, no importaba la época del año que fuese, nos inclinaba mucho más a seguir mostrándole nuestro rechazo de manera casi general.
Y es que nuestras dotes de observación, para luego hacer nuestras propias componendas, no parecían tener límite en aquellos años cuando chavales en el pueblo.
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3 comentarios en el blog:
De nuevo Javier me has recordado mi niñez, o cómo vivíamos de chavales en la calle aquellos días sin escuela, cuando los pueblos estaban llenos de vida. Disfrutar de los juegos que rememoras: la peonza, las chapas, los cromos, el “pico, zorro, zaina”, y de más mayores el fútbol en las eras, y partidos por la mañana, y por la tarde hasta que se hacía de noche. Vivir en la calle era, como bien dices, <> y enterarse de quien llegaba al pueblo, entre ellos el de los ultramarinos, “el Arca de Noé”, !qué gracioso el nombre¡, y cómo no recordar la llegada del afilador con su inconfundible sonido.
La verdad es que lo has descrito tal y como yo lo he vivido, todo el día en la calle jugando, recorriendo el pueblo, la llegada del súper con los alimentos, el afilador...en fin, muchos recuerdos. Los chicos de ahora yo digo que no han tenido la suerte de vivir aquellos tiempos felices, se les ve pasar encorvados mirando sus móviles, es triste pero así es.
Muchas gracias, Alfonso y FGC, por vuestros comentarios a mi relato sobre este particular de nuestra faceta de chavales en el pueblo. Y, como los tres coincidimos más o menos en el mismo relato, lo que ocurría en nuestros diferentes entornos resultaron, pues, de un cariz parecido, pero igualmente feliz para los tres. Lo cual nos dejó un estupendo sabor de boca de aquel entonces. Saludos.
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